Lo leí en GQ. Si Trump gana hoy, sería la primera vez, desde Louisa Adams, que Estados Unidos tendría una primera dama nacida en otro país. “Aunque Louisa Adams en realidad no cuenta porque su padre era un ciudadano estadounidense proveniente de una familia con fuertes vínculos políticos que residía intermitentemente entre Inglaterra y sus recientemente independizadas colonias”, relata Lauren Collins en la revista.

 

Como saben algunos, Melania Trump nación en Novo Mesto, en lo que entonces era todavía Yugoslavia. Pero el romance entre Trump y la modelo no se produjo por esos lares, sino en el hoy clausurado restaurante neoyorquino Moomba.

 

Actualmente reside en la Trump Tower, en la Quinta Avenida. Y en su casa, como regla, se pide a los invitados que se pongan botas quirúrgicas al entrar para evitar que sus zapatos maltraten los pisos de mármol.

 

Cuando los medios tratan de describirla, entre otras cosas, se le define como una extranjera que no demuestra demasiada afinidad por su país natal. Tiene una marcada obsesión por la frase: “de la A a la Zeta” (“sigo las reglas de la A a la zeta…”. “Me comprometo de la A a la zeta…”. Melania le dijo a la revista People que sus hobbies son hacer pilates y leer revistas. Tiene un hijo con Donald Trump. Su nombre es Barron y tiene diez años.

 

Trump suele definirla por sus atributos físicos. “¿Dónde está mi supermodelo?”. Esto lo dijo luego de una entrevista en el show de Howard Stern donde habló sobre el “sexo tan increíble” que disfrutan como pareja y del hecho que ella no tiene celulitis.

 

“Es casi inevitable caer en la tentación de dar por descontado que Melania es un poco estúpida, una mujer dócil cuya personalidad no destaca tanto como sus proporciones anatómicas”, anota Lauren Collins en la nota que escribe para GQ.

 

“No soy una esposa molesta”, ha dicho ella de sí misma. Y Collins añade: “Melania sí parece haber adoptado muchos aspectos de la cultura de Donald: su falta de referencias históricas, su descaro, su falsa dicotomía entre malhechores asesinos y ciudadanos de bien, entre las mujeres que no piden nada y las esposas molestas. Igual que él, Melania no bebe alcohol. Nunca hace patente su desacuerdo (si es que lo tiene), ni siquiera en críticas bienintencionadas (del cabello de su marido ha dicho: ‘Me gusta como es’). Ha ido copiando el puchero típico de Trump, en una versión conyugal de la gente que se llega a parecer a sus perros”.

 

Y más adelante sigue así la nota en GQ. “En su libro Hidden Power: Presidential Marriages That Shaped Our History, Kati Marton sugiere que, en una época en la que ser presidente de los Estados Unidos implica un alto grado de soledad y aislamiento, el papel de primera dama es crucial, en el sentido de que es la primera persona a la que el presidente le dirige la palabra por las mañanas, y la última con la que habla por las noches. Marton define la presidencia como una labor que realizan dos personas, una situación en la que la vida personal y trabajo son inseparables, y que al combinar aspectos tanto ejecutivos como ceremoniales, necesariamente reproduce ciertos rasgos de las cortes reales. ‘Si de pronto nuestra primera dama fuera una modelo en la que solo confiaríamos para que nos diera consejos de moda, experimentaríamos un momento de profunda transformación, y me parece que las consecuencias serían muy graves –le dijo Marton a Collins -. Sería mucho mejor para el pueblo que el presidente tuviera una pareja inteligente, con los pies bien puestos en la tierra, que fuera capaz de llamar su atención y decirle, directamente y sin adornos, lo que está pasando en el país que gobierna y también cuando se está comportando como un idiota (algo que hasta los mejores presidentes que hemos tenido han hecho), porque cualquier otra persona solo buscará adularlo’. Si la primera dama resulta ser una persona pasiva, podría perjudicar no solo a su esposo sino a la nación en general. Y agregó que ‘Melania Trump sería la primera dama con menos experiencia y menos preparación de nuestra historia’”.

 

Al final, la verdad, no sé si Melania será o no la próxima primera dama de los Estados Unidos. Es posible. Y es probable, que también. A pesar de las últimas encuestas, no se puede descartar un triunfo de Trump en las elecciones de hoy, y que el próximo presidente de Norteamérica sea un demagogo narcisista, racista, patán, fanfarrón, farsante, ignorante, que cree en la supremacía blanca y en la violencia y en la difamación. Y algo no menos importante, con un jefe de Estado de ese perfil, gobernando el país más poderoso de todos,  estaríamos, de súbito, ante la mayor amenaza para el planeta. En realidad eso es lo que quería decir. El futuro de Melania me importa un rábano.