Hay declaraciones que deberían anunciarse. Como un amago de advertencia. Para saber a qué atenerse. Tal cual. Pero ya saben. Aparecen de súbito y sin pedir permiso y luego se quedan haciendo retintín en la cabeza. Y no es que lo dejen pensando a uno, ojalá fuera, sino que, por el contrario, dejan una sensación de amargura, o de tiza en la pizarra, que chirría sin detenerse y no se borra con nada.

 

Me acaba de pasar esto con algo que dijo el congresista chaquetero Luis Galarreta. “Montesinos no empezó a usar el poder que tenía a comienzos del gobierno del presidente Fujimori sino hasta casi la mitad”, dijo. Y que conste que no lo estoy sacando de contexto ni estoy editando nada. Esto es lo que se conoce como un “sic”. Así, es decir. O textual, como prefieran.

 

Y claro. Como nadie le hizo caso a la cojudez, salvo Augusto Álvarez Rodrich en su columna de los lunes donde recopila las frases políticas más llamativas de la semana, provoca pasarla por alto. Pero bueno.También provoca poner las cosas en su sitio, valgan verdades. Porque puede haber gente joven e incauta que suscriba o se trague la mentira. Para qué nos vamos a engañar.

 

Entonces aquí vamos. Y no me hagas repetirlo, Galarreta, que mal no te va a hacer leer estas líneas. Vladimiro Montesinos siempre fue un conspirador nato, intrigante y esparcidor de rumores, es lo primero que debes saber. No te voy a contar su historia, pues puedes leer las cosas que sobre él han escrito profusamente Gustavo Gorriti, Luis Jochamowitz, Fernando Rospigliosi, Sally Bowen o Franciso Loayza. Entre tantos más. Y si no sabes quiénes son o no has leído nada de ellos, pues sería importante que averigües un poco, para que salgas del oscurantismo y de la 'burritud', digo.

 

Lo segundo que debes conocer es que, antes de que Montesinos se convierta en El Asesor, y antes del golpe de Estado del 5 deabril de 1992, el entorno de confianza de tu actual maestro y guía, AlbertoFujimori, eran Rosa Fujimori, Carlos Orellana, Víctor Paredes, SantiagoFujimori y Francisco Loayza, entre los principales.  Es más. Si no lo sabías, a través de este último es que Fujimori lo conoce. Y ojo. Ya desde los tiempos de la campaña presidencial de cara a los comicios de 1990. 


Se ganó la confianza de Fujimori de a poquitos. Primero, a través de notas de inteligencia que le llegaban a través de Loayza. Y luego, el mismo Fujimori quiso que se lo presentaran. Así las cosas, pronto, muy pronto, Montesinos se convertiría en su colaborador clandestino. “Montesinos se fue metiendo como el gas, por debajo de la puerta”, relata Francisco Loayza en El Expediente Fujimori, de la periodista británica Sally Bowen.

 

Y aquí les suelto una anécdota al paso. Una anécdota que relata Francisco Loayza en su librito sobre Montesinos. La noche en que Fujimori le ganó a Mario Vargas Llosa, Fujimori ofreció a sus colaboradores más cercanos una cena en el chifa Lung Fung. Ya entonces, en una demostración de su injerencia sobre él, Montesinos le habría dicho al flamante electo presidente que no pruebe ni comida ni bebida pues el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) había descubierto un plan para atentar contra él, envenenándolo. Esa noche, Fujimori no tomó nada de lo que le sirvieron.

 

Pero si ello no te parece creíble, Galarreta, y requieres de hablar con testigos presenciales, pues entonces habla también con tu colegada de la vieja escuela. O con Susana Higuchi. Para que te cuenten cómo se tramó el zarpazo del 5 de abril y todos los entretelones del golpe cívico-militar que se levantó en peso nuestra incipiente democracia. Anda, Galarreta, pregunta, inquiere, averigua. Sé curioso. Saber no hace daño. Tener memoria solo para lo que le conviene a uno, eso sí puede atrofiar nuestra aproximación a la realidad.

 

Las miserias y la barbarie que entonces padecimos se la debemos, sin duda y en primer término, a Alberto Fujimori. Pero que quede sumamente claro. Su alfil político se llamó, desde un inicio, Vladimiro Montesinos. Y es debido a la afinidad moral entre ambos que se entreteje, como haciendo sinergia, la turbia historia de doblez que envenenó nuestra vida institucional. Que no lo vieras, Galarreta, no significa que nunca estuvo ahí. Debes aprender esas cosas en la política para que después no estés hablando tonterías por ahí. Como ahora.

 

Incluso recuerdo nítidamente un titular de un diario que rezaba, al poco del autogolpe: “MONTESINOS ES UN INVENTO DE LA OPOSICIÓN”.Y ya ves, Galarreta. No era ningún montaje ni artificio. Montesinos ya era real en los albores de la autocracia que ahora defiendes. Sí, su poder fue creciendo, como fue creciendo mucho más el de Fujimori al pasarle por el encima el tractor de la prepotencia a quienes se atrevían a rebelarse. Y su “esplendor”, el de Montesinos, llegó cuando se convirtió prácticamente en un productor de televisión. Pregúntale a Laura Bozzo. Y a tantas y tantos más.

 

Es por esa época, todo hay que decirlo, que se les identifica a ambos como los hermanos siameses, pero eso no significa que Montesinos no existía antes y que Fujimori ya hubiese aceptado casarse con él. Con él y, por cierto, con Nicolás Hermoza Ríos, a quien ya nadie recuerda, y fue quien le facilitó la maquinaria para entornillarse en el poder. 

 

Pero volviendo al punto. Montesinos se estableció como el consejero presidencial en la sombra desde el primer día que Fujimori ejerció sus funciones de jefe de Estado. El desaparecido Augusto Zimmerman, exeditor del tabloide velasquista Kausachum, le dijo a Sally Bowen: “El hombre fuerte del SIN es los ojos, los oídos, el olfato, el gusto y el tacto. Lo que ve el capitán Montesinos lo ve el presidente Fujimori. Lo que escucha Montesinos, lo sabe el presidente. Los gustos de Montesinos son los gustos del mandatario, y lo que disgusta al primero disgusta al segundo”.

 

Así fue la cosa, Galarreta. Y me preocupa que no lo veas así, pues al principio los ciegos de entonces hasta se tragaron el cuento de que Montesinos era solamente un asesor legal personal, y que trabajaba ad honorem, por amor patriótico. Ergo, a ver si nos aclaramos, Galarreta. Una cosa es meter la pata hasta los corvejones y otra vivir feliz en medio de la ignorancia, empeñados en acomodar las cosas según nuestra conveniencia, llevando las cosas, como has hecho tú, al límite de la más flagrante estupidez.