No lo cito textual. Pero en una entrevista que le hice a Mario Vargas Llosa para uno de mis libros, como ocho años atrás, me comentó que, a la muerte de Fidel, le gustaría hacer un reportaje largo sobre Cuba. Si lo dejan entrar, obvio. Y fíjense. Lo inimaginable ocurrió. Que Fidel Castro muera, es decir. Porque al ritmo que iba, el arriba firmante ya estaba sospechando de que el Comandante tenía algún tipo de acuerdo con el Diablo, y que tranquilamente traspasaba el siglo de vida. Pero no. Resultó siendo tan mortal como cualquiera de nosotros, fíjense.

 

No obstante, por lo que he leído al vuelo en las redes sociales, algunos lo consideran como un semidiós. O algo así. Como un figurón al que hay que mirar con respeto y tratar con admiración. Y es que Castro, querámoslo o no, es el Juan Pablo II del socialismo. O, si quieren, el Francisco de la izquierda de toda la vida. Porque, ojo, también hay una izquierda de vanguardia, una izquierda liberal, que es más permeable a la realidad, y que es capaz de darse cuenta de que el flamante integrante del santoral socialista era tan dictador como Bordaberry de Uruguay. O como Videla de Argentina. O como Banzer de Bolivia. O como Somoza de Nicaragua. O como Stroessner de Paraguay. O como Franco de España. O como Pinochet de Chile. O como Batista de Cuba, para no irnos tan lejos de la isla. Digo.

 

Porque a ver. Como dijo alguien: Las revoluciones se hacen en nombre del pueblo, con el pueblo, pero nunca para el pueblo. Y es que hay quienes, en plan Castro y otros tantos, con la excusa de tumbarse al sátrapa terminan convirtiéndose en otra alimaña totalitaria.

 

La única diferencia, pongámoslo así, es que Fidel duró mucho más que los otros. Y era comunista. Y otro matiz no menos importante que no hay que soslayar. El número de muertos. Pues el número de asesinados y torturados y perseguidos, ya saben, es lo que los 'rankea' en la lista de los 'top ten'. Porque claro. Hay dictadores y genocidas de mayor calibre, tipo Mao, Hitler, o Stalin. Pero Castro, como cualquier tirano que aborrecía de la democracia, tuvo en sus manos la vida y la muerte de los cubanos. Porque Cuba era su chacra. Su feudo. Su propiedad privada. Donde hacía lo que le daba la reverenda gana.

 

Y nada. Solo para finalizar. Castro también tiene un montón de esqueletos apiñados en su armario. Como recordó el analista Andrés Oppenheimer en las páginas de El Comercio, Fidel Castro “nunca permitió a organizaciones internacionales de derechos humanos llevar a cabo investigaciones in situ sobre los abusos contra los derechos humanos. Según el grupo de investigación Cuba Archive (cubaarchive.org), Castro fue responsable de 3,117 casos documentados de ejecuciones y 1,162 casos de ejecuciones extrajudiciales. En cualquier otro país, habría sido declarado un criminal de guerra”. Tal cual. 

 

Por eso, con el perdón de mis amigos de izquierda, déjenme concluir con una reflexión que le leí al mexicano Enrique Krauze sobre la muerte de Fidel: “Ahora el mundo será menos malo”


Pues eso. Eso, y ojalá que Mario se anime a hacer ese largo reportaje sobre Cuba.