Me van a perdonar. Pero el cuento de que Francisco es un papa reformista, no me lo trago. Quizás al principio me lo creí un poquito. Por ingenuo. Por naif. Por tontorrón. Porque me cayó bien. Porque me pareció simpático. Porque tenía un aire de buena onda y buenas vibras. No sé. No obstante, a estas alturas de su pontificado (tres años y pico, que no son moco de pavo), qué quieren que les diga, ya hay razones suficientes como para concluir que con este sucesor de Pedro, no pasa nada.

Sí, claro. Es el primer papa jesuita. Es el primer papa latinoamericano. Es el primero en más de mil años que no ha nacido en Europa. Es el primero en adoptar el alias de Francisco. Es el primero en deslizar frases audaces e inusuales, que parecen ir acordes con la modernidad. Es el primero en hablar abiertamente con la prensa. Es el primero en casi medio siglo que contenta a tirios y troyanos. Pero eso no lo hace un papa reformista.

Hijo de un contador, cuya familia había emigrado de la región de Piamonte en el noroeste de Italia, el argentino Jorge Mario Bergoglio trabajó como técnico de laboratorio y brevemente como portero en una discoteca. Luego ingresó al seminario en 1956 y más tarde, como evoca Robert Draper en National Geographic, “ascendió en la jerarquía jesuita mientras navegaba en las políticas turbias de una era que fue testigo de cómo la Iglesia católica entablaba relaciones tensas primero con Juan Domingo Perón y luego con la dictadura militar. Cayó de la gracia de sus superiores jesuitas, después fue rescatado del exilio por un cardenal que lo admiraba y fue ordenado obispo en 1992, arzobispo en 1998 y cardenal en 2001”.

Y bueno. Este papa, casi ochentón, que tuvo la oportunidad de emprender grandes cambios y capitales reformas, pues su mandato surgió cuando la Iglesia católica estaba atravesando uno de sus momentos más críticos, en lugar de romper murallas y estructuras corruptas, trató de conciliar y de usar la diplomacia. Resultado: ningún cambio medular.

Francisco no ha sido un revolucionario. Y en este sentido, hay que darle la razón al cardenal Juan Luis Cipriani, quien lo advirtió al inicio de su reinado. Por eso, cuando leo o escucho a gente decir “es un reformador”, “un radical”, la primera pregunta que se me viene a la cabeza es: ¿Y en qué momento pasó eso?

“¿Pero no le has escuchado decir esto o lo otro?”, me replican los panchistas. Justamente por ello, porque lo sigo y oigo todo lo que dice es que ya no espero nada de este pontífice.

Formó la Comisión Pontificia de Menores, liderada por Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, y esta nunca se instaló ni funcionó. Para hacer transparente las finanzas vaticanas, le ordenó al cardenal australiano, George Pell, que se haga cargo de la Secretaría de Economía, y ahí nomás estallaron unas denuncias que comprometían a este figurón de la iglesia. 

Y en su grupo de confianza designó al arzobispo Ezzati, quien habría encubierto los abusos sexuales del sacerdote chileno Fernando Karadima y avaló la toma de posesión de otro obispo vinculado al famoso cura pederasta. A su vez, el sínodo preliminar sobre la familia no produjo las transformaciones que esperaban los progresistas.

Y sus frases de impacto, que suscitan expectativa, terminan siendo retóricas y populistas. O como dice el citado Draper: “Las palabras y los gestos del papa se han convertido en una mancha de tinta de Rorschach que su audiencia puede interpretar como quiera”.

Más todavía. Durante su gobierno han explotado más denuncias que acusan de malos manejos en diversas instituciones vaticanas. De otra parte, los casos de abusos sexuales por parte de religiosos católicos sigue siendo uno de los tópicos más terroríficos y más abandonados por las autoridades eclesiales. Y aquello de “tolerancia cero” -le habrá quedado claro a cualquiera-, no ha sido más que una finta. Un gesto populista, y punto. Porque a ver. Otorgarle la ‘indulgencia plenaria’ a los Legionarios de Cristo, cuyo fundador fue el pederasta Marcial Maciel, es una clara señal de que nada efectivo podrá esperarse del actual primado, Jorge Mario Bergoglio, también conocido como “Francisco, el reformista”.


TOMADO DE LA REPÚBLICA 4/12/2016