Si fueran ganas de joder, lo entiendo. Al poder hay que joderlo siempre. Pero no es el caso. Lo que hay es sangre en el ojo. Encono. Malquerencia. Hostilidad. Saña. Inquina. Mala voluntad. Y no me digan que no, porque es obvio.
El fujimorismo quiere tumbarse como sea al ministro de Educación, Jaime Saavedra, quien es una suerte de rara avis en la política local. Saavedra no era del rebaño de PPK. Aun así se le mantuvo en su puesto. Por eficiente. Por exitoso. Por correcto.
Pero claro. Cuando el fujimorismo se topa con alguien de esas características, se alergia, le sale sarpullido. Como si el fujimorismo le tuviese urticaria al decoro y a la honra. En serio. Es así. Miren, si no, lo que está pasando. Pues a Saavedra buscan traérselo abajo por nada. Por los retrasos en la organización de los Juegos Panamericanos del 2019 y por una denuncia de corrupción por la compra de computadoras en su sector. Por eso.
En realidad pretenden, una vez más, marcar su territorio. Orinar en el pantalón de Kuczynski. Marcar la cancha. Demostrar que el que manda en estas fértiles tierras, de cumbres nevadas, ríos, quebradas, es la mayoría congresal anaranjada.
Se necesitan 33 votos para presentar la moción de censura contra el ministro de Educación. Y con 66 se aprueba. Si ello ocurre, Saavedra tendría que renunciar. Pero, y acá es donde la cosa se pone adrenalínica, el primer ministro Fernando Zavala puede plantear una cuestión de confianza ante el Parlamento. Y si esta es rehusada, como ya ha advertido el Capitán Garfio de esta historia, el fujimorismo podría impulsar la censura de todo el gabinete. Si esto se repite con el siguiente gabinete, el presidente está facultado para disolver el Congreso.
PISA y los pepinos
Al fujimorismo le importa un carajo que el Perú haya registrado el mayor crecimiento en la región, como acaba de evidenciar la última prueba PISA, que es algo así como el termómetro que indica el estado de la educación en el planeta. Este informe internacional, a diferencia del anterior, refleja aspectos positivos. Los estudiantes peruanos han escalado posiciones, por ejemplo. Ya no están en el último lugar. Tampoco en el primero, todo hay que decirlo. Pero alguito se ha logrado, es evidente. Y eso se debe en buena parte a la gestión del actual ministro de Educación, Jaime Saavedra, quien sobre el particular ha dicho: “No estamos donde queremos estar, pero estamos en la ruta correcta”.
No obstante, ese mensaje le importa un pepino al fujimorismo. O un rábano. Da igual. Su objetivo es hacer tambalear al gobierno. Desestabilizarlo. Patearle la puerta y hacerle sentir su respiración maloliente en la nuca. “Si el presidente solicita una cuestión de confianza, que vaya buscando dieciocho ministros nuevos”, ha amenazado Garfio, quien ya se ha mimetizado con los psicomatones de su nuevo grupo político.
Los Corleone de la avenida Abancay
Lo peor que puede hacer el gobierno es rendirse ante estos chulos de la politiquería. O conceder. O negociar. O tratar de contentarlos de alguna forma, como ya lo han hecho antes, creyendo que poniendo a un Chlimper en la administración pública va a aplacar sus almas camorristas y bravuconas. Eso, complacer al fujimorismo, no va a suceder. Ellos quieren hacer sentir que mandan. Tal cual.
“Plantear una cuestión de confianza implica el riesgo de perder a un gabinete, pero también advierte a la oposición que al siguiente ministro que tumben, se quedan sin quincena”, ha escrito Augusto Álvarez Rodrich en su columna de LaRepública. Y es así. Para ganar una batalla, a veces es necesario perderla, como dijo alguna vez Saramago.
Y a ver si el gobierno descifra bien el perfil de la gentuza que está enfrentando. Los “principios” del fujimorismo, si no se han dado cuenta todavía, son los mismos de toda la vida. Que sus militantes se hagan llamar ahora congresistas o parlamentarios, ojo, no significa que se hayan convertido a la democracia. Sus métodos saltan a la vista. “A Zutano que lo premien, porque está con nosotros. A Mengano que lo ninguneen. Y a Perencejo que lo censuren y que parezca un accidente”. Y en ese plan.
Ya lo decía Cela. La vida se divide en “amigos e hijos de puta”. Así que a hacerle caso a Cela, señores del gobierno. Con quienes están lidiando son los Soprano de la política nacional. Los barriobajeros y matoncitos del Legislativo. Y es que, mientras Garfio lanza alguna bravata ante los medios de comunicación y trata de enmarcarla en los cánones democráticos, Becerril le espera afuera con el auto encendido. Tienen ganas de hacer daño, ya se los dije.