Que me perdonen sus promotores y conductores y animadores, pues tienen la mejor intención del mundo, pero es que sus protagonistas, qué quieren que les diga, sus protagonistas, decía, son los que escarapelan.

Ni siquiera me refiero a los del gobierno, pues ellos hasta algo de pena me dan, dado que se tienen que ver obligados a soplarse tres horas y pico de pura inquisición. Y pura pose. Y pura estolidez.

La historia es la misma de siempre. Y los temas, ídem. Seguridad ciudadana. Corrupción. Formalización. Agenda social. Y qué sé yo.

Entiendo la lógica de Max Hernández. “La política también es disenso, pero hay espacios en los que tratamos de buscar consensos”. Y el Acuerdo Nacional pretende ser ese espacio. El problema es que los convocados no pueden ser calificados de gente seria, lamentablemente. ¿Galarreta es gente seria? No jodan, pues.

Y claro. Todos opinan. Todos tienen algo que decir. Todos blufean. Todos florean. Todos huevean. Y van saliendo con frasecitas para la ocasión. “La reunión ha sido positiva”. “Ha sido una buena reunión”. “Falta esto y lo otro y aquello”. “Tiene que haber…”. “Hay que…”. Y así. Así, hasta el infinito y más allá. En los hechos, cero.

Porque el Acuerdo Nacional termina prostituido por nuestra clase política. Y se convierte en eso que vemos. En farol. En teatro. En sainete. En parodia. En pantomima. En tramoya. En paparrucha. En fingimiento. En hipocresía. En recurso manido y manoseado y gastado. En embuste. En chisme. En patraña. En farsa. En enredo. En engañifa. En fábula. En fanfarronada. En fraude. En timo. En falacia. En burla. En camelo. En embeleco. En engañabobos. En engañamuchachos. En trapacería. En trafaza.

En eso.