Es un pálpito. Creo que no va a pasar nada. Merefiero al Caso Sodalicio. Me puedo equivocar, obvio. Como me pasó con laComisión que presidió Manuel Sánchez-Palacios que investigó al Sodalitium yevacuó un informe admirable y absolutamente independiente. Tanto, queAlessandro Moroni y compañía se zurraron en él y en sus recomendaciones. Hastael día de hoy, si me preguntan.

 

Pero volviendo al punto, y para ser más específicos.Me refiero a la investigación del ministerio público que dirige la fiscal Maríadel Pilar Peralta Ramírez, titular de la 26ª Fiscalía Provincial de Lima. Tengola sensación de que, fuera del viaje a Italia para interrogar a Luis FernandoFigari, fundador del Sodalitium Christianae Vitae, en el que la fiscal lucióuna espléndida chalina marca Kuna, en la que se arropó para darse un baño deflashes fotográficos, tengo la sensación, decía, de que no veremos más niescucharemos más del Caso Figari.

 

¿Por qué? Porque pese al denodado esfuerzo denuestros abogados y del optimismo de mis partners, exsodálites como yo, deboconfesar que, de lo que he conversado con algunos testigos que han desfiladopor la fiscalía y de las pericias que me hicieron en el Instituto de MedicinaForense, una entidad del Estado en la que me sentí maltratado por una psicológadisplicente y malaonda, me atrevo a adelantar un pronóstico, y este consiste enque van a archivar la cosa. Por falta de indicios. Por falta de pruebas. Porprescripciones que no deberían prescribir. Por falta de señalamientos ytestimonios más recientes. Y así.

 

Y así las cosas, Figari le pagará a Armando LenguaBalbi un honorario de éxito. Y Jaime Baertl y los otros denunciados porencubridores saltarán en una pata, y por ahí alguno, con sangre en el ojo, ledirá al resto: “Ahora vamos a denunciarlos nosotros por difamación”, y cosascomo esas. Como si fueran a asustarnos.  

 

Como sea. Eso es lo que me tinca ahora. Aunque, comodijo Verónika Mendoza en su momento, no debería haber prescripción niimpunidad, el “Ministerio Público y el Poder Judicial deben investigar ysancionar”. Y la cito a ella porque, pese a mis diferencias ideológicas, que noson pocas, debo reconocer que fue la única de nuestra fauna política que leentró al tema. Bueno. También lo hizo Lescano, pero ya sabemos que todo lo quehace este acciopopulista es por oportunismo y demagogia, y no porque leinteresen las víctimas.

 

Veamos, en todo caso, con qué decisión nos sorprendela doctora Peralta. Y yo me comeré mis palabras y le pediré públicas disculpasy le reventaré todos los cuetes que sean necesarios, si me equivoco. Como lohice, dicho sea de paso, con la Comisión de Ética que cité al inicio de estabreve reflexión. Pero me temo que en esta oportunidad no tendré queautoflagelarme públicamente. Y me lo temo porque sospecho que no me equivoco enesta oportunidad.

 

En el Perú, ya lo sabemos, cada día se perpetra unabarbaridad. Un error. Una omisión. Una injusticia. O se perdona o se tolera aun hijodeputa. Y en esta oportunidad, en descargo mío, como digo, no creo quecambie mucho la historia. Y es que los peruanos somos así. Inmunes alescándalo. Indolentes con el criminal. Indiferentes frente al abuso.

 

Y no me digan que no, porque es así. Hay cosas queno cambian desde que en 1821 nos constituimos en un país formal, independientey republicano. Con Constitución, leyes y todo. Y con perdón, pero me van apermitir que se los suelte así, porque que no me puedo contener la impotenciaque me produce ver a los sodálites cómplices de Figari, en plan tripulación delCapitán Garfio, frotándose las manos y relamiéndose los colmillos, esperandocon ansias el veredicto de la fiscal María del Pilar Peralta Ramírez. Todosreplicando la cara del Coyote antes de empujarle la caja fuerte sobre la cabezadel Correcaminos.  

 

A todo esto, ¿no era que el informe que realizó laotra comisión contratada por el Sodalitium, conformada por una norteamericana yun irlandés, iba a ser público, y que, por estas alturas, ya se habría conocidohace rato?