Hay fiscales de tecnopor que hacen juego con nuestras instituciones de juguete. Como María del Pilar Peralta Ramírez, de la 26ª fiscalía provincial de Lima, cuya incompetencia e indolencia son tan grandes como su credo religioso. Porque vaya manera de hacer el ridículo, la suya. Y qué forma de exhibir el esperpento del disparate a través de una resolución judicial que archiva el Caso Sodalicio.

La resolución la tengo junto al teclado. Y el abogado del Sodalicio, Claudio Cajina, la resumió bastante bien en el programa de Jaime de Althaus, en Canal N. “El Sodalicio no es una organización criminal”. “El secuestro mental no existe”. “Las lesiones no han sido acreditadas”.

Claro. Es lo que dice ella, la fiscal. No es necesariamente la verdad, evidentemente. Lo que pasa es que, para comenzar, nunca demandamos al Sodalitium. Ergo, no sé de dónde saca esa conclusión extravagante. La denuncia siempre estuvo dirigida hacia personas. Luis Fernando Figari. Jaime Baertl. José Antonio Eguren. José Ambrozic. Eduardo Regal. Virgilio Levaggi. Óscar Tokumura. Erwin Scheuch. Y quienes resulten responsables. Porque, ya adivinarán, acá el problema no es solo Figari, sino sus encubridores, que los hay. Y a pastos. Mírenlo, si no, a Baertl, a quien parece haberle dado amnesia y negó ante la fiscalía con un cinismo solemne los abusos al interior de la organización.

No solo él, si me preguntan. Porque todos los sodálites que desfilaron por el despacho de la fiscal Peralta hicieron lo propio. Incluyendo, ojo, al propio Moroni. Ninguno reconoció la existencia de un sistema perverso, grabado en piedra por Figari, y ejecutado a pie juntillas por todos quienes en su momento ejercieron como superiores o formadores o directores espirituales. Esto, que es evidente para cualquiera que ha transitado por la institución, fue apostatado por Moroni, Baertl y compañía. Y al abuso le llamaron a coro: “rigores en la formación”, los cuales habrían dejado de realizarse en el 2006, que, de ser cierto, estamos hablando de 35 años de maltrato físico y psicológico. Es decir, más de la mitad de la vida institucional del Sodalitium (que acaba de cumplir 45 años) ha estado signada por la halitosis de Figari. Tal cual.

La fiscal tampoco se preocupó en hurgar sobre lo que hacía Figari antes de fundar el Sodalitium, algo que considero capital para comprender el fenómeno. De haberlo hecho, se habría topado con que el susodicho ya tenía la pulsión del predador. Existen testimonios, que no están en la investigación Mitad monjes, mitad soldados, sino en medios como Caretas, por ejemplo, que documentan que Figari, con el pretexto de preparar a adolescentes para ingresar a la universidad, se los llevaba a una suerte de “retiro académico” de dos meses a su casa en San Bartolo. Y ahí les obligaba a dormir en ropa interior, para luego despertarlos a medianoche, y se metía en la ducha para observarlos. Entre otras cosas, imaginarán. Entonces, si Figari ya era un psicópata y acosador en los sesentas, antes de fundar el Sodalicio, cuando lo hizo, en diciembre de 1971, ¿no lo creó pensando en formar una fachada religiosa para continuar abusando de menores de edad?

De hecho, los primeros casos de abuso de poder, que se traducen luego en abusos sexuales con subalternos, de acuerdo a lo que se conoce actualmente por las investigaciones periodísticas y por la Comisión de Ética y por lo que declaran algunos sodálites como Moroni y Ambrozic ante la fiscalía, corresponden a Luis Fernando Figari, Germán Doig y Virgilio Levaggi, números uno, dos y tres de la organización en los ochentas (Jaime Baertl formaba parte de ese cogollo, y, que conste en actas, Martín Scheuch lo acusa de haberlo obligado a fornicar totalmente desnudo con una silla).

Más todavía. Otros sodálites que fueron descubiertos como depredadores, como Daniel Murguía y Jeffrey Daniels, resulta que formaban parte del entorno más íntimo de Figari y Doig. En consecuencia, sí había un comportamiento criminal en el que miembros de la cúpula hacían de las suyas haciendo del Sodalicio su tapadera. Quiéranlo o no, así era como funcionaba la cosa.

Pero la fiscal Peralta no quiso ver eso. No quiso ver nada, en realidad. Su vergonzoso fallo así lo acredita. Consideraciones enclenques que no supieron valorar lo evidente. Para ella, solo presentamos “palabras”, y desestimó nuestros testimonios, no citó a testigos clave, y desechó las pericias que le entregamos. Y en los hechos, evadió su labor fiscalizadora. “Es un resultado que hiere”, como apuntó este diario.

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 29 DE ENERO DEL 2017