El siguiente texto es de Diego Fernández-Stoll, quien fue el periodista que, en el año 2001, propaló el primer reportaje en televisión sobre el Sodalicio en el programa Entre Líneas, que conducía y dirigía Cecilia Valenzuela en Canal N.

Ahí, Fernández-Stoll ya describía los métodos de captación de dicha institución, así como su predilección por los chiquillos escolares del segmento A y B, por decirlo de alguna manera. Y también exhibía, a través del testimonio de un padre de familia, la forma en que los sodálites alejaban a los adolescentes de sus familias.

Esta nota, que le ha tomado valioso tiempo a Diego, se la pedí yo. Le rogué que tratara de recordar su experiencia al investigar el caso en ese momento. Y se lo pedí porque el testimonio de Fernández-Stoll me parece importante para el registro. Y porque el sodálite Erwin Scheuch (hermano menor de Martín, autor del blog Las Líneas Torcidas) en sus declaraciones ante la fiscalía me llamó mentiroso por dos cosas.

Niega que nos hayamos reunido para que le asesore qué hacer luego de propalado el informe de Entre Líneas. Cómo manejar la crisis reputaciones de ese momento, es decir. Y niega haber amenazado telefónicamente a Diego Fernández Stoll.

Bueno. Sobre el primer punto, debo reiterar que sí me convocaron para una reunión con Erwin en el desaparecido D'Onofrio de Miguel Dasso para ver cómo sorteaban el impacto que suscitó el reportaje en el programa de Cecilia Valenzuela. Y quien concertó la reunión fue el hasta ahora simpatizante del Sodalicio, Rafael Álvarez Calderón.

Cosas de la vida, y porque, ya saben, "Lima es un pañuelo", antes de que ocurriera el encuentro con Erwin, me llamó el padre de Diego: Rafael Fernández-Stoll, quien resulta que es un gran amigo mío. Rafo me comentó muy preocupado que un sodálite lo llamó a su hijo para amenazarlo. Con ese dato es que, en la reunión con Scheuch, le pregunté si era verdad lo que había escuchado, si había perpetrado esa bravuconead, y me respondió -cagándose de la risa- como si fuese un chiste, con el argumento de que, "si se meten a tu casa sin permiso tienes todo el derecho de botar a los intrusos". O algo así. Algo que nunca ocurrió, por cierto. Al único lugar donde ingresó Diego fue al templo en el que el Sodalitium realizaba entonces sus misas dominicales, el cual quedaba en la calle 2 de Mayo, en Miraflores. Pero a sus casas nunca se metió.

Como sea. Erwin Scheuch, para más señas, es el sodálite que ha utilizado Figari y su cúpula para salir a dar la cara en la mayoría de escándalos protagonizados por el Sodalicio. Pueden revisar la publicación Mitad Monjes Mitad Soldados para verificar el dato. En todos y cada uno de estos casos, siempre negó todo. Ahora recién se sabe que negó la verdad. Que la tapó. Que le puso un manto encima. Hasta que esta se abrió paso y vio la luz. Con fórceps, es cierto, pero la verdad fue revelada. O sea, en cristiano, si no quedó claro: Erwin Scheuch ha mentido sistemáticamente todos los horrores del Sodalicio, convirtiéndose así en uno de los encubridores más notorios y públicos de la institución. Pero fíjense. Está pasando piolaza, apapachado y arropado y cobijado nada menos que por el superior general, Alessandro Moroni.

A continuación el texto del periodista Diego Fernández Stoll:

LA ETERNA IMPUNIDAD DEL SODALICIO

Pedro Salinas me pidió que escriba un recuento de mi experiencia al realizar un reportaje sobre el Sodalicio hace dieciséis años. Ante la reciente sentencia de la fiscalía absolviendo a Luis Figari de sus delitos, y la actitud farisea del Vaticano al respecto, considero relevante recordar cuáles fueron las principales denuncias de la investigación que se publicó en el año 2001 y cómo reaccionaron entonces el Sodalicio, la Iglesia y la prensa cercana a esas instituciones.

En noviembre del 2000 Enrique Escardó publicó la primera denuncia periodística sobre los abusos psicológicos del Sodalicio de Vida Cristiana, la hermética organización religiosa fundada en el Perú con poderosos vínculos en el Vaticano, el empresariado y el Poder Judicial. A partir de entonces, empezaron a circular en la redacción de la agencia donde trabajaba (Agenciaperú.com) varios casos de familias cuyos hijos habían sido captados por el grupo, el cual usaba (y sigue utilizando) técnicas sofisticadas de captación y manipulación psicológica.

A finales del año 2001 preparamos con Cecilia Valenzuela, directora de AgenciaPerú.com, un segmento en el programa Entrelíneas, emitido por canal N, en el cual se trasmitió un reportaje seguido de entrevistas a Enrique Escardó y al psicoanalista Jorge Bruce. En el reportaje se recogían los testimonios de Luis Eduardo Cisneros, ex-sodálite que fue captado por la agrupación religiosa durante su adolescencia, y Eduardo Arlt, un padre de familia cuyo hijo se involucró con el Sodalicio siendo menor de edad. El informe también hizo referencia a Luis Figari, el fundador de la agrupación, ahora acusado de abusos sexuales y psicológicos. Casi al finalizar el bloque televisivo de media hora, Jorge Bruce expresó su preocupación sobre el riesgo de sometimiento sexual que se esconde bajo ese tipo de estrictas jerarquías cercanas el fanatismo.

Luego de la emisión del reportaje y las entrevistas, otras familias empezaron a compartir su preocupación con respecto al Sodalicio, especialmente porque la agrupación participaba en las actividades de varias instituciones educativas, como aún lo sigue haciendo. Pero el SVC decidió evadir las graves acusaciones y emprendió una campaña mediática a través de editoriales en diarios como El Comercio y Expreso, denunciando una supuesta conspiración contra la iglesia católica.

La defensa del Sodalicio nunca respondió a los argumentos de nuestro informe, sino que optó por un insistente hostigamiento público y privado hacia quienes elaboramos la denuncia periodística. La página web de AgenciaPerú.com dedicó un foro virtual para comentar el artículo sobre el Sodalicio y los ataques no tardaron en llegar. La homofobia, odio y fanatismo de los mensajes evidenciaron su origen concertado. También recibí llamadas anónimas antes y después de emitir el reportaje. Llamaban en la madrugada a mi hogar y luego colgaban sin identificarse, angustiando insistentemente a mi familia.

Quien sí se identificó al llamarme antes de la transmisión del reportaje fue Erwin Scheuch. Su llamada fue quizás la que más me afectó, porque supo activar lo más pernicioso de mi culpa cristianamente inoculada, ese último recurso tan eficiente al que apelan los fanatismos. Sus llamadas fueron agresivas y cortantes, utilizando información personal que apelaba a mi formación en un colegio católico.

Hay dos aspectos que quiero dejar en claro con este breve testimonio. En primer lugar, que el Sodalicio ya estaba cuestionado desde hace más de una década por sus técnicas de captación, las cuales estaban dirigidas hacia menores de edad, adolescentes con perfiles psicológicos que la agrupación se dedicaba a investigar. En segundo lugar, quisiera recordar que el Sodalicio en ningún momento asumió su responsabilidad y más bien se dedicó a hostigar e intimidar a quienes realizamos las denuncias. Nada de esto parece haber cambiado. Hace poco, el periodista Daniel Yovera fue víctima de una campaña de desprestigio operada por un simpatizante del Sodalicio luego de denunciar el vínculo entre esa agrupación y bandas de criminales ligadas a una empresa inmobiliaria en Piura.

Esperemos que mediante el recurso de apelación se encuentre algo de justicia ante los casos de abusos psicológicos y sexuales por parte de una secta con aliados poderosos y métodos comprobados de manipulación. Pero creo que la vía legal no es suficiente. Esta agrupación se ha establecido durante las últimas décadas en varios colegios y universidades, exponiendo a miles de menores de edad y sus familias ante el peligro del secuestro, abuso psicológico y sexual. Es necesario que se siga investigando y denunciando las operaciones de ese grupo que actúa con total impunidad gracias a sus poderosas influencias.

El Sodalicio es una agrupación que debe servir como estudio de caso para entender cómo es que el autoritarismo fanático se vale del poder institucionalizado para abusar de las conciencias, y peor aún, de los cuerpos de personas sometidas a sus líderes. Porque ese fanatismo religioso, que tanto insiste en creer en el infierno, se ha encargado finalmente de ejercerlo.