Así como cada pueblo merece la historia y los políticos que tiene, a esta lista habría que añadir, creo, también a algunos abogados. Como a Juan Armando Lengua Balbi, déjenme añadir, quien es de los que mantiene viva la costumbre de chuparle la sangre a sus clientes y jugar al atarante con la opinión pública desinformada. Porque claro. Como sabe que nadie le va a pedir cuentas, Lengua se manda nomás. Y dice lo que le da la reverenda gana. Porque eso sí. Todo vale en su negocio, con tal de alimentar a su hambriento bolsillo.

 

Para muestra un botón. Acaba de decir en El Comercio sobre el Caso Sodalicio: “Los denunciantes (Martín y Vicente López de Romaña, José Enrique Escardó, Óscar Osterling y el arriba firmante) formularon una ampliación de denuncia en mayo del 2016, cuando vieron que su principal acusación por abusos sexuales se les estaba cayendo”.

 

A ver. Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. Eso no es cierto. Es mentira, o sea. Los cinco denunciantes jamás presentamos una demanda formal ante el ministerio público, recién hasta mayo del 2016, cuando el Estudio Ugaz nos propone trabajar con nosotros Pro Bono. 


Efectivamente, ahí se planteó lo de formular una ampliación de denuncia, pero lo que no aclara Balbi, porque no le conviene esclarecerlo, es que fue la fiscalía la que, desde un principio (en octubre del 2015), decidió actuar de oficio. Nosotros, subrayo, recién intervenimos en mayo del 2016. Entonces, si va a contar la historia, doctor Lengua Balbi, cuéntela bien, completa, sin trocearla. Póngale un poquito de decencia aunque sea. Digo. 

 

Porque si nos ceñimos a  los hechos, fue el mismísimo Fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, quien intervino directamente en la historia. Lo cual me pareció bien, si me preguntan. Pero claro. Metió la pataza hasta los corvejones cuando decidió darle el encargo a la incompetente de su amiga, María del Pilar Peralta Ramírez, la fiscal indolente. Y cucufata, que también.

 

Luego, en la misma entrevista con El Comercio, Lengua afirma categóricamente que el secuestro mental no existe. “Eso no es cierto”, dice. Y entonces, luego de haber estudiado el tópico durante seis años, uno se pregunta por la cantidad de militantes de sectas que han padecido situaciones similares, en las que el condicionamiento psicológico, el lavado cerebral, o el formateo mental, constituyeron realidades que, en casos extremos los llevaron a autosacrificios o incluso a quitarle la vida a otras personas. Ergo, existe el secuestro mental, a pesar de que el concepto le produzca rabietas a Lengua. Ejemplos sobran. Charles Manson. Jim Jones. Marshall Applewhite. Shoko Asahara. David Koresh. Y hay más, obvio. Quien no haya hecho el símil entre Figari y este tipo de personajes es porque, ojo, no está entendiendo el fenómeno a cabalidad. No sé si me explico, o si me dejo entender.

 

Por último, Lengua enfatiza que “no se ha probado que el Sodalicio se haya creado para cometer delitos”, zurrándose en los dos informes convocados por la propia institución religiosa, en la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados (que, en su opinión, “es una novela”), en el trabajo académico de Rocío Figueroa y David Tombs, de la neozelandesa Universidad de Otago, y en reveladores informes periodísticos que advierten que Figari, antes de crear el Sodalicio en 1971, ya tenía conductas de pervertido en los sesentas.

 

En los cuatro trabajos mencionados en el párrafo anterior, para que se den una idea, se pueden apreciar señalamientos que comprenden desde innegables violaciones a los derechos humanos, pasando por casos de “esclavitud moderna”, hasta abusos sexuales a menores de edad. Curiosamente, los principales perpetradores de estos crímenes o fechorías (porque ‘pecadillos’, doctor Lengua, no lo son) han sido jerarcas de la organización. Y sus principales encubridores y cómplices resulta que, ¡oh,sorpresa!, también han sido cabecillas del Sodalicio. ¿Qué loco, no? ¿Habrá que inferir que todo es pura coincidencia, como sugieren Lengua y los abogados del Sodalicio? ¿O acaso estamos hablando de una organización creada con fines viciosos y deshonestos para perpetrarse en compartimentos estancos, mientras otras personas ajenas a estos desenfrenos se prestaron como tapadera religiosa sin quererlo?

 

Pero volviendo a Lengua. Si algo hay que reconocerle al jurisconsulto es esa natural disposición a medrar y a sobrevivir en los juzgados, sacándole la vuelta a las palabras, y/o haciendo interpretaciones antojadizas y caprichosas, infestando la lógica y el sentido común, para terminar entronizando a la impunidad.

 

Pues esa fue la misión que le encargó Luis Fernando Figari a Juan Armando Lengua, les cuento. Salvarle el pellejo a cualquier costo. Y a eso se ha dedicado diligentemente, chasqueando su mejor arma: su lengua de serpiente. Y es que, encima, ahora tiene hasta el empacho de sentenciar: “No se ha presentado ninguna prueba ni indicio nuevo que justifique la reapertura del caso”.

 

¿Ya ven? Otra vez jugando al funámbulo, haciendo malabarismo con los artificios, imitando a Mandrake el Mago. El caso se está reabriendo, doctor Lengua, y escúchelo bien, no porque se hayan presentado nuevos indicios o porque hayan aparecido pruebas nuevas. No nos tome por idiotas, por favor. El caso se está reabriendo por la única razón de que su amiga, María del Pilar Peralta Ramírez, la fiscal indolente, hizo pésimo su trabajo. Al punto que fue una absoluta incompetente. Por eso es que se reabre, y no por otra cosa.  


Y no sea desagradecido, por dios. Gracias a ello, y a nosotros, usted va a seguir cobrando.