Así describió el periodista Juan Carlos Tafur al actual gobierno en las páginas de Exitosa. Como uno de esos bichos marinos de aspecto acampanado, parecido a una sombrilla con tentáculos colgantes en sus bordes, gelatinoso y amorfo. Coincido plenamente. Y es que, si me preguntan, si algo le falta a este gobierno es personalidad. Y definiciones. Porque eso de tratar de contentar a todos para no contentar a nadie, qué quieren que les diga, no inspira respeto. Por el contrario, proyecta debilidad.

 

Y ese talante endeble, lamentablemente, se ha instalado desde que el presidente Pedro Pablo Kuczynski permitió que sacrificaran a su ministro Jaime Saavedra.Hasta la fecha, claro. Y lo que es peor. No existen indicios que avizoren algún tipo de cambio. Por lo pronto, la administración PPK no ha llegado a su primer año y la sensación de desgaste es abrumadora.

 

Ello se debe, en buena cuenta, a la incapacidad de enfrentar a la oposición fujimorista, que, está reclaro a estas alturas, solamente se dedica a petardear y a poner piedras en el camino con el ánimo de que este gobierno fracase. Porque si algo le gusta a los fujimoristas es monopolizar el poder y mantener instituciones débiles. Pues el fujimorismo aborrece el contrapeso. Está en su ADN. Sus modales autoritarios no han cambiado un ápice. Y no me digan que no, cuando es obvio que los políticos naranjas siguen igualitos, congelados en el tiempo.

 

Ahora bien, a manera de digresión, que el fujimorismo sea mayoría en el Congreso, no deja de ser alucinante y de revelar el tipo de país que somos. Pero como dijo John Locke, “no existe error que no haya tenido seguidores”.

 

Como sea. Lo que tenemos por delante es un gobierno que, pese a no haber llegado al primer año de su mandato, luce extenuado y desfalleciente. Ergo, le convendría un cambio radical. Con un primer ministro más político y dispuesto a plantarle cara al fujimorismo. Porque a ver. Eso de rodearse de tecnócratas puede funcionar en Suiza, pero no por estos lares, en los que siempre está en juego la democracia.

 

El apetito de Keiko hace rato que ha quedado en evidencia. Sus deseos de irse desayunando ministros cada cierto tiempo han saltado a la vista. Y ese hambre no se va a detener hasta engullirse al régimen. Y esto que está claro para todos, no lo está, aparentemente, para el presidente de movimientos gelatinosos.