Acabo de leer buena parte de Norberto Rivera, el pastor del poder, un libro que coordina el sociólogo mexicano Bernardo Barranco, en el que convoca opiniones variopintas sobre el cardenal y arzobispo de México, Norberto Rivera. El libro es una exposición minuciosa sobre la trayectoria de este conservador prelado al mando de la iglesia mexicana.  

Y pensar que hay gente que cree que nuestro cardenal Juan Luis Cipriani representa la peor tradición de la iglesia católica, la autoritaria y oscurantista, la de las parrillas para los herejes. Bueno. Razón no les falta a quienes así cavilan. Porque Cipriani tiene algo de eso, y más. Pero hay otros que lo hacen ver como una mansa paloma. Como Norberto Rivera.

Dice la politóloga Denise Dresser en el prólogo del libro: “Quizás lo que más ha sorprendido y más duele no es que Maciel –y otros sacerdotes- haya abusado de menores, sino que el cardenal lo sabía y lo encubrió. Rivera estaba al tanto de su historia y lo negó. Permitió que él y otros continuaran abusando, molestando, violando, saltando de parroquia en parroquia, de estado en estado, de país en país”.

O como dice el propio coordinador de esta publicación, Bernardo Barranco: “El cardenal encarna al Obispo sinuoso, rodeado de lujos, protector de pederastas, centavero, solapador a conveniencia propia y de sus amigos: actores de doble moral dentro y fuera de la Iglesia”.

No obstante, si bien los agudos análisis de cada uno de los ensayos reunidos por Barranco son imperdibles, destaca la aproximación del excura Alberto Athié, quien conoce como pocos las entrañas del arzobispado y de la historia de la iglesia católica mexicana de los últimos treinta años.

Su ensayo empieza con un críptico epígrafe. “El día que se sepa todo sobre el cardenal Rivera, el caso Maciel se quedará corto”. Se trata de una frase proferida por el nuncio Bertello, quien se la habría dicho al padre Antonio Roqueñí.

Athié y Rivera, todo hay que decirlo, no se quieren. Rivera no le perdona a Athié su actitud obcecada frente a los casos de abusos sexuales a menores perpetrados por curas católicos mexicanos. Y Athié recuerda con indignación el momento en que Rivera intentó sobornarlo, ofreciéndole ser obispo para que calle el Caso Maciel. “Norberto Rivera necesita de la oscuridad para trabajar”, anota Athié en su extenso artículo titulado Norberto Rivera o el tótem de la impunidad.

Y en este, además de hacer un repaso por la reciente historia de la iglesia mexicana, describe cómo fue que Maciel fue haciéndose del ingente poder que llegó a alcanzar, convirtiéndose en uno de los mariscales de campo de Juan Pablo II, su principal protector y padrino. Sin el papa polaco, Maciel no hubiese podido construir su imperio.

“La Legión sería la congregación católica de mayor crecimiento. Cuando Wojtyla llegó al Vaticano, contaba con cien sacerdotes. A su muerte tenía ochocientos y más de 2000 seminaristas repartidos en 124 casas por todo el mundo. Universidades en México, Chile, Italia y España; facultades de Teología, Filosofía y Bioética. Más de 130,000 alumnos. Y 20,000 empleados en su grupo económico Integer. La cifra que más se ha repetido sobre el valor de los activos de la Legión en los últimos años es de 25 mil millones de euros”, señala un informe propalado por El País el 29 de abril del 2011, que es citado por Athié.

Sin embargo, explica Athié, “no será sino hasta 1997 –cuando los exlegionarios, cansados de no ser escuchados, decidieron denunciar en grupo los abusos de Maciel en su contra a través de los medios de comunicación- que se vuelve a destapar el caso Maciel desde México”. Y más adelante evoca las actitudes encubridoras del cardenal Rivera, defendiendo abiertamente a Maciel, protegiéndolo en lugar de escuchar a las víctimas.

Al periodista Salvador Guerrero, de La Jornada, le espetó que todas las denuncias contra Maciel eran “totalmente falsas” “e incluso inventos creados y pagados por los exlegionarios para golpear injustamente al fundador y argumentando que todo era parte de un gran complot para atacar a la misma Iglesia y al papa Juan Pablo”, añade el exsacerdote Alberto Athié.

Athié abunda, además, en casos muy específicos en el que Norberto Rivera aparece como figura clave en tapaderas de escandalosos casos de pederastia clerical, los cuales, dicho sea de paso, he leído en otras investigaciones periodísticas mexicanas.

“Por eso afirmo –dice Athié- que la decisión de proteger pederastas por parte del cardenal Rivera, cambiándolos de diócesis o de país y hasta promoviéndolos a obispos, ha sido con pleno conocimiento de causa desde que resguardó al padre Nicolás Aguilar en Tehuacán en 1986 y le encontró una salida en secreto hacia Los Angeles, donde abusó de cerca de 30 niños en dos parroquias para luego regresar a la arquidiócesis de México, donde siguió abusando de niños, hasta el caso conocido del padre Carlos López, y más recientemente los 15 casos que acaba de reconocer públicamente que existieron en su gestión y que manejó internamente de acuerdo con el protocolo de la Santa Sede, sin notificar jamás a las autoridades competentes”.

Y bueno. Qué quieren que les diga. Historias como esta se seguirán repitiendo mientras la institución católica no sancione ni rinda cuentas de los crímenes de sus miembros ante el mundo laico. O mientras que la política del encubrimiento y de la indolencia y de la sordera sigan siendo los ejes actuales de la pastoral del papa Francisco, quien mucho habla de tolerancia cero, pero cuya voluntad política es nula ante los casos más clamorosos. Como el del cardenal Norberto Rivera, digo.


Fotos: proceso.com.mx