Acabode terminar Lujuria, el último librodel periodista italiano Emiliano Fittipaldi, quien junto a su colega, GianluigiNuzzi, fueron obligados a sentarse en los tribunales vaticanos por revelarinformación (en Avarizia y Sua Santità, respectivamente,publicaciones que escribieron cada uno por su cuenta) que comprometía en actosde corrupción a jerarcas vaticanos durante la gestión del papa Ratzinger.

 

Enesta ocasión, la investigación de Fittipaldi se sumerge  en el fenómeno de la pederastia clerical enlos tiempos del papa Francisco. Y lo hace exhibiendo casos específicos quegrafican clarísimamente los modusoperandi de la clerecía romana al momento de encubrir a sus depredadoressexuales. No solo ello. También ventila las diversas modalidades que utilizan lospedófilos ensotanados, aprovechándose de su condición de “guías espirituales”, paramanipular mentes inocentes, en un juego perverso en el que, con premeditación yalevosía, se acercan a niños y jóvenes para controlarlos, primero, y,posteriormente, someterlos sexualmente.

 

“Cuantomayor es el poder sobre las almas y más tiránico el control de las conciencias,mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerablesque caen bajo su influencia”, anota el teólogo español Juan José Tamayo en elprólogo a la edición en castellano.

 

Y esasí. Porque acá muchos se preguntan: “¿Qué le pasó al papa y a las autoridadesvaticanas en el Caso Sodalicio?”. O: “¿Por qué no sancionaron a Luis FernandoFigari?”. Pues basta leer a Fittipaldi para enterarse de que la iglesiacatólica no sabe actuar de otra manera frente a este escandaloso fenómeno. Laimpunidad y la indolencia es lo que prevalece en Roma. Como si se tratase de unacto reflejo. Como si la omertà fueseparte de su ADN.

 

Conestupor, y a lo largo de las páginas de este documentado libro, uno puede irconstatando que los purpurados más connotados y representativos, e íntimos del actualpontífice, tienen historias de abusos o de encubrimiento, o las dos cosas. Y larespuesta siempre es la misma. Preservar la imagen de la institución católica atoda costa.

 

“Desdeun punto de vista legal, no creo que una compañía de transporte o susdirigentes puedan ser considerados responsables en el caso de que uno de susconductores suba a una niña al camión para luego abusar de ella”, esgrime elcardenal australiano George Pell, número tres del Vaticano, implicado personalmenteen dos casos de abusos y en decenas de otros en los que ha protegido a religiosospervertidos.

 

Fittipaldiabunda en datos que acusan al controvertido Pell, defendido por Francisco conuñas y dientes. Y destaca, asimismo, cómo este príncipe de la iglesiaprivilegió los intereses económicos de la arquidiócesis de Melbourne (una delas más ricas de Australia) en detrimento de las víctimas, a las que finalmenteles ofrecía reparaciones miserables, mediante estrategias legales y mensajesextorsivos y chantajistas, con el propósito de echar un manto de silencio sobrelos abusos sexuales a menores. Impidiendo que se haga justicia, es decir. Yesto lo hizo durante décadas, como puede observarse en Lujuria.

 

Comoinferirán, el Caso Pell es emblemático, pero no es el único. Las pesquisastambién alcanzan al cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, cardenal y arzobispo deTegucigalpa, en Honduras, otro de los hombres más cercanos a Bergoglio. Maradiagahabría arropado y ocultado a un pederasta perseguido por la Interpol, pues éles de la política de tapar antes que denunciar. “Hubiera preferido ir a prisiónantes que perjudicar” (a uno de mis sacerdotes). “Para mí sería trágico que mipapel de pastor se limitase al de policía. No tenemos que olvidar que somospastores, no agentes del FBI o de la CIA”, dijo en una conferencia de prensadel año 2002, cuando estalló el bullicio mediático en centenares de edicionesde The Boston Globe.

 

Desdesu particular perspectiva, los destapes que reveló Spotlight, la unidad de investigación del principal diario deMassachusetts, eran malintencionados. Figúrense. Así se refirió a la prensanorteamericana: “Todos sabemos que Ted Turner, el dueño de la CNN y de Time Warner, es un anticatólico declarado. Por no hablar de otrosdiarios como el New York Times o el Washington Post y el Boston Globe,protagonistas de lo que no puedo definir sino como persecución contra laIglesia”.

 

ParaMaradiaga, no hay pederastas, o sea, sino odio contra la iglesia. “Un odio queme recuerda a los tiempos de Nerón, Dioclesiano, y, más recientemente, Stalin yHitler”, exclamó el hiperbólico y melodramático clérigo hondureño, que, aunqueno lo crean, forma parte del círculo más entrañable del papa Francisco.

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 17 DE SEPTIEMBRE DEL 2017