El periodista Emiliano Fittipaldi recuerda en Lujuria, su reciente publicación, que el 13 de abril del 2013 el papa Francisco nombró al cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga como miembro y coordinador del grupo de los nueve príncipes de la iglesia que serían sus consejeros en el gobierno del catolicismo (conocidos también como el “C9”).

Y Rodríguez Maradiaga, por si no lo saben, es de los que en materia de pederastia clerical, cree que lo mejor es relativizar los hechos, dudar de las denuncias (o sea, de las víctimas) y ponerle lunas polarizadas a los casos que se revelen. Para evitar el bullicio, obvio. Porque eso es lo que más le jode a la iglesia. Y a Rodríguez Maradiaga.

Sobre el cardenal de Boston, Bernard Law, el encubridor de los centenares de casos que destapó la prensa, dijo: “Ahora sufrimos por él (…) El cardenal Law ha sido interrogado enseguida de un modo que recuerda los tiempos oscuros de los procesos de Stalin contra los eclesiásticos de la Europa oriental. Eso no es justicia, insisto, sino persecución”.

Respecto de la pedofilia clerical, manifestó lo siguiente: “Aquí no nos gustan los escándalos, y, cuando ocurre uno, lo que pretendemos aplicar de inmediato es la ley canónica”.

Fittipaldi evoca también al mayor escándalo de la historia del clero en Chile, y la forma cómo el cardenal Francisco Javier Errázuriz, otro del C9 e íntimo de Bergoglio, protegió al sacerdote pedófilo Fernando Karadima. Errázuriz, entre varias controversiales omisiones, echó al tacho de basura la acusación que hizo en el 2003 el exmonaguillo José Murillo, una de las principales víctimas sexuales del depredador chileno. En lugar de iniciar una investigación, Errázuriz optó por correr la cortina. Hasta que en el 2010, el New York Times dio a conocer la noticia de los abusos del cura de la parroquia El Bosque, del distrito de Providencia, en la capital chilena.

“Si me preguntan, el cardenal Errázuriz, en vez de estar en un cónclave, debe estar tras las rejas”, comentó, en el 2013, James Hamilton, otro de los perjudicados por Karadima. Juan Carlos Cruz, también denunciante de Karadima, al enterarse de la elección de Errázuriz como parte del C9, señaló: “Uno tenía esperanza de que las cosas podían cambiar (con el papa Francisco), pero es más de lo mismo”.

El clima se enrarece más en Chile cuando, en el 2015, Bergoglio nombró obispo de Osorno a monseñor Juan Barros Madrid, uno de los protectores más notables de Karadima. “Su nombramiento no está en sintonía con la tolerancia cero que está queriendo instalar la Iglesia”, sostuvo Álex Vigueras, superior provincial de la Congregación de los Sagrados Corazones. La respuesta del pontífice no pudo ser peor. Atribuyó las críticas a grupos izquierdistas y tildó de tontos a los habitantes de Osorno por creerse estas “calumnias”.

En síntesis, la obra de Emiliano Fittipaldi desnuda en cada página la hipocresía vaticana respecto de la pederastia religiosa. Y evidencia la indolencia de la jerarquía católica ante este fenómeno al cual no le pone coto, pues pareciera no reconocer su gravedad. De hecho, no ha tomado aun las medidas necesarias para frenar los abusos, y sigue avalando la impunidad. Y no me digan que no, porque las sanciones y medidas disciplinarias son una burla.

En la publicación, además, pueden apreciarse diversas cartas de autoridades católicas felicitando a clérigos que no denunciaron a sus colegas ante las autoridades civiles. Como si el silencio mereciese un premio en lugar de un castigo.

Hasta el momento, lo único visible ha sido la creación de una Comisión Pontifica para la Protección de Menores. Ello ocurrió en marzo del 2014. Pero aparte de organizar seminarios y talleres de sensibilización, la Comisión ha hecho poco o nada hasta la fecha. Más todavía. Dos de sus integrantes han renunciado para no prestarse al juego fariseo del Vaticano. Peter Saunders, uno de los que dimitió, expresó: “La Comisión fue creada solo por una cuestión de relaciones públicas (…) Durante el papado de Francisco, la Iglesia católica no ha hecho nada para eliminar los abusos de menores por parte del clero”.

De hecho, hasta el día de hoy no existe ninguna directiva eclesiástica que obligue a los clérigos a denunciar a sus pederastas. Solamente actúan cuando la prensa interviene. Y a veces, ni así. Lo estamos viendo con los cardenales Pell, Maradiaga y Errázuriz (los tres del C9), defendidos por el mismísimo papa con uñas y dientes. Tal cual.

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 24 de septiembre del 2017