Encima, lo dice con naturalidad. “Las mujeres, a veces sin razón, o sin querer queriendo, dan la oportunidad al varón para que se cometan este tipo de actos (de violencia, se entiende) (…) Muchas veces puede haber un agresor que es absolutamente sano (…) y de repente, en un momento, la mujer lo saca de contexto diciéndole ‘me voy’ o ‘te estoy traicionando’. Esas palabras nunca deben ser usadas por una mujer, porque podrían sin querer queriendo motivar o exacerbar los ánimos de una persona normal”.

 

Claro. Si ello se lo hubiese escuchado de una de las chicas de Charles Manson, tratando de relativizar los momentos de ira del líder sectario, explicando su cultura interna del abuso, qué quieren que les diga, no me habría escandalizado tanto. Pero no. No lo dijo una de las novias de Manson, sino la presidenta de la Comisión de la Mujer y Familia del Congreso, la legisladora fujimorista Maritza García, quien, aunque lo niegue y sostenga que sus palabras han sido tergiversadas, como tratando de borrar sus huellas, justifica la agresión a las mujeres. Como la que sufrió Micaela de Osma. O como la que padeció la periodista Lorena Álvarez. O como la que sobrellevan afligidas miles de mujeres en este Perú de cavernícolas de macana, que son felices jaloneando a sus concubinas, pegándoles, escupiéndoles, y arrastrándolas por el piso.

 

“Cuidado con lo que digan”. “No lo provoquen”. “Trátenlo bonito”. O algo así, es lo que parece sugerir la parlamentaria a todas las mujeres peruanas para que, si están con un pegalón de pareja, no se expongan por las puras. Es su lección de vida. Su consejo de “couch”. Por eso, como me vengo preguntando desde que vi estupefacto y con estupor el video de la política naranja, no me explico por qué sigue en calidad de presidenta de la Comisión de la Mujer. ¿Lo que ha regurgitado no debería producir su eyección a Marte? Digo.