Allá aquellos que se la creen o se la tragan completa. Me refiero al discurso demagógico del papa Francisco sobre la pederastia. El cual no ha cambiado un ápice, dicho sea de paso. Porque a ver. Sigue diciendo lo mismo y sigue haciendo lo mismo. Nada, o sea.

 

Figúrense. Esto es lo que acaba de decir ante la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, creada en el 2014: “El escándalo del abuso sexual es verdaderamente una ruina terrible para toda la humanidad (…) Sentimos vergüenza por los abusos cometidos por ministros sagrados, que deberían ser los más dignos de confianza”. Y vuelve a invocar la trilladita frase de la “tolerancia cero”.

 

Admitió, asimismo, que “la Iglesia ha llegado demasiado tarde en la toma de conciencia de la gravedad del problema (…) Tal vez la antigua práctica de transferir a la gente adormiló un poco las conciencias (…) Por eso reitero hoy, una vez más, que la Iglesia, en todos los niveles, a partir de ahora, responderá con la aplicación de las más firmes medidas a todos aquellos que han traicionado su llamado y han abusado de los hijos de Dios”.

 

Y prometió responder con “las medidas más firmes posibles” contra los religiosos que abusen de los menores de edad. Y dijo además: Que está avergonzado. Que está adolorido. Que está acongojado. Que está molesto. Y qué sé yo.

 

Todo esto lo dijo en la primera visita a la entidad creada por él para enfrentar la lacra de la pederastia clerical, y que hasta la fecha, luego de tres años, no ha recibido apoyo vaticano. Más todavía. Dos de sus principales integrantes renunciaron a ella hace ya buen rato porque se sintieron utilizados y estafados. Me refiero al británico Peter Saunders y a la irlandesa Marie Collins.

 

En otro pasaje de su alocución, el pontífice argentino comentó una incongruencia. “En un solo caso escuché los argumentos de un obispo, el de Cremona (cerca de Milán) que quería retirar de todos sus cargos a un cura culpable (depredador sexual de menores, es decir), pero no su estatuto clerical. Ante las dos posibilidades escogí la más benévola. Pero dos años después volvió a hacerlo. Es la única vez en la que me he equivocado, y aprendí la lección”.

 

¡¿En serio?! ¡¿Y cuándo le concedió el perdón a los legionarios de Cristo, sabiendo que dentro de sus filas todavía quedaban depravados y cómplices del monstruo sexual Marcial Maciel?! ¡¿Y cuándo avaló la “sentencia” contra el peruano Luis Fernando Figari, que consistió en indicarle que no vuelva más al Perú, prohibiéndole que tome contacto con la prensa (para evitar más escándalos que afecten la imagen de la institución eclesial), y trató a sus víctimas de “cómplices” (sin hablar jamás con ninguna de ellas, todo hay que decirlo)?! ¡¿En ese par de ejemplos no se equivocó?!

 

Porque amnésicos no somos, señor Bergoglio. Y el Caso Sodalicio sigue siendo uno de esos en los que la indignación se mantiene a flor de piel. Porque a Figari nunca se le expulsó del Sodalicio. Y a sus apañadores y encubridores y secuaces, jamás se les tocó. Haciéndonos creer –y tomándonos por idiotas- de que Figari siempre actuó solo.

 

¿Por qué debemos creerle al papa ahora, si todo lo que ha dicho en estos últimos días es exactamente lo que viene repitiendo desde el inicio de su reinado? Y para ser francos, en lo que va de su papado, Francisco solamente ha tenido gestos, frases efectistas, amagos voluntaristas, fintas demagógicas, y punto. Ninguna acción concreta. Ninguna.

 

Por el contrario, si revisamos su trayectoria, “lo hecho” por Francisco no se diferencia en mucho de lo hecho por Benedicto XVI. O por Juan Pablo II (aunque este último, el santo, sí se caracterizó por proteger abiertamente pederastas del calibre del mexicano Maciel).  

 

A lo que voy. Jorge Bergoglio, con sus dichos y sus actos, está demostrando, una vez más, que él no es parte de la solución, sino del problema. La iglesia sigue ocultando debajo de la alfombra su pederastia. Y sigue manteniendo su silencio cómplice, enmascarando los crímenes sexuales de sus clérigos y religiosos.

 

La iglesia sigue considerando erróneamente el abuso sexual como un pecado, cuando se trata de un delito que debe sancionarse bajo las leyes civiles. Y ojo, no por las canónicas, que son un chiste. Estamos hablando, si no quedó claro, de crímenes que resultan sin castigo, que exigen justicia, que no deben quedar impunes ni encubiertos.

 

La conspiración de la omertà, si alguno no se dio cuenta todavía, es la que se sigue imponiendo desde la cúpula vaticana. Aunque Francisco lo niegue. Aunque el papa siga hablando de “tolerancia cero”. Aunque el primado católico afirme que, en este tópico, “solo se ha equivocado una vez”.

 

Por lo pronto, los peruanos –o, si cabe, algunos peruanos informados y con memoria- sabemos que él mismo fue uno de los que arropó el Caso Sodalicio. Ahí está su resolución asquerosa y vomitiva, absolviéndolo a Figari y revictimizando a sus víctimas. Y alguien se lo preguntará en su paso por Lima, señor Bergoglio. Ya verá.