El papa Francisco todavía no ha pisado tierras peruanas y ya hizo su primer milagro. Alberto Fujimori sanó intempestivamente, fue dado de alta y ya no está en peligro de muerte. En consecuencia, no se extrañen si en unos meses, el líder histórico del fujimorismo, termina siendo una suerte de asesor en la sombra de la organización de la que él es la simiente.
Esto ya estaba cantado, si me apuran. Y no por mí, sino por Roger Rodríguez Santander, el exdirector general de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, quien se la lanzó en su momento al periodista de La República, Enrique Patriau.
El cuadro médico de Fujimori nunca calzó con la figura del indulto humanitario. Los problemas de arritmia, de hipertensión, y la famosa ‘fibrilación auricular’, como me dijo esta mañana un primo médico, es normal que la padezcan los adultos mayores como Fujimori. Y la depresión es comprensible y cotidiana en los presos.
El indulto concedido a Fujimori no tiene nada de humanitario, es decir. En cambio, sí tiene mucho de político. Y aun cuando todavía no existen documentos firmados o conversaciones grabadas, podemos apostar que hubo una negociación, un canje, un pacto, una transacción, una componenda, una operación caleta. “Negar esa realidad, a mi juicio, es un insulto a la inteligencia del peruano”, dijo en su momento Rodríguez Santander.
Rodríguez la tiene clara. Para él hay una concatenación de eventos que no debemos olvidar. “Primero, se planifica una nueva conformación de la comisión, retirando a Laura Vargas y Víctor Arroyo, personas de independencia probada. Pero resulta que a quien se nombra es a un señor de 90 años que ni siquiera tenía noticia del asunto. A la par, pasa a tomar parte de la junta evaluadora el médico del interno (Juan Postigo), algo absolutamente irregular”.
Alguien por ahí, al que le han seguido la cuerda, ha dicho que lo de Postigo es “absolutamente normal”. Pero Rodríguez afirma tajantemente, con la autoridad y experiencia que ostenta, que eso no es cierto, que eso es mentira. “Jamás el médico de un interno ha formado parte de una junta médica que emita un diagnóstico sobre ese mismo interno. Nunca. Por supuesto que el médico del interno debe estar presente durante la evaluación, pero no forma parte del grupo que emite el diagnóstico”.
A esto añade otro dato más contundente. “No encontrarán ningún procedimiento de indulto humanitario que demore trece días. El propio ministerio reconoció que todo empezó el 11 de diciembre y de manera muy eficiente culminó el 24. Eso nunca ha ocurrido, ni en el caso de los enfermos terminales”.
¿Saben ustedes, a manera de ejemplo, cuánto demora el proceso de indulto de una persona con una enfermedad terminal, cuando esta, obviamente, se agiliza al máximo? Un mes. Y estamos hablando de un enfermo terminal. Y si nos ponemos en el caso de un paciente que está muy grave, pero no terminal, entonces toma un poco más. Entre tres y seis meses. Jamás trece días.
Y acá hablamos del tiempo récord de un indulto otorgado a alguien que, encima, ha sido dado de alta al poco de salir de su reclusión.
Finalmente, otro dato pintoresco ofrecido por Roger Rodríguez. “La descripción final del diagnóstico es que se trata de una enfermedad progresiva, degenerativa e incurable. Es curioso, pero son los mismos términos que aparecen en el reglamento de gracias(…) Y ahora sabemos que en el momento de la evaluación del interno habrían estado presentes asesores legales del Ministerio de Salud. ¿Qué hacían ahí?”,apostilla el exfuncionario del Ministerio de Justicia.
La pendejada de siempre, o sea. Y en esta oportunidad, ya saben, llega por cortesía del pusilánime PPK.