Ollanta Humala es Winston Churchill al lado de PPK. Y no me digan que no, porque es así. Elegimos a un pésimo gobernante. El peor de los últimos tiempos, si me apuran. Nadie superará a Alan García, en su primer gobierno, es verdad, pero creo que PPK ya se ubicó cómodamente en el segundo lugar, haciendo méritos en desgobierno, anarquía, desmadre, y en el sálvese quien pueda. PPKAOS, le dicen ahora al jefe de Estado que traicionó a su electorado.

 

Y como escribe hoy Juan Carlos Tafur, en las páginas de El Comercio, “a un gobernante mediocre ya no se le puede exigir mucho”. Entonces, ¿qué hacemos? Porque la cosa es de una precariedad tal, que si no se han puesto a pensar, se los digo de una vez: Esto nos puede reventar en la cara en cualquier momento. Volviendo a Tafur: “La debilidad del Gobierno es tan grande que, ahondada por la frivolidad presidencial, cualquier mínima crisis se lo llevará de encuentro”.

 

Bueno. Así estamos. Jodidos, para variar. Con un viejito incompetente en Palacio. Y con otro viejito -“indultado con truco”- cagándose de la risa en un caserón en La Molina. Porque a ver. Si alguien pensaba que el indulto iba a traerle gobernabilidad a PPK, se equivocó de cabo a rabo. Sobre todo por la forma en que lo hizo. Pero en fin. No hay manera de entender lo que ocurrió.

 

Luego de haber metido un golazo de media cancha y divulgar un discurso épico, salvando el pellejo con aliados de lujo, PPK, pocas horas después, pateó contra su propio arco metiéndose el autogol más estúpido de la historia, y culminando con un vergonzoso discurso escrito desde la miseria moral.

 

Sí, el realismo político decía que, luego del apoyo de Kenji y su bancada, había que ceder con Fujimori. Un arresto domiciliario. Una conmutación de la pena. No lo sé. Eso sí. Algo había que hacer. Pero había que hacerlo bien. Y no a tontas y a locas. Sin transparencia alguna. Zurrándose en las víctimas. Y en quienes le dieron la mano en su peor hora. Escupiéndole a sus electores. Todo lo demás, ya lo conocen. Y ahí lo tienen. Al presidente-zombi. Sin un ápice de credibilidad, desquiciado éticamente. Y lo peor. Al final, no ganó nada y lo perdió todo.

 

“Pero lo más importante se logró: se partió a la bancada naranja”, comentan algunos optimistas e ilusos, a quienes pareciera importarle un rábano el precio pagado. No tienen la menor idea de lo que se viene. Pues eso.