No sé ustedes, pero al papa se le entendió poco o nada cuando quiso explicar el Caso Sodalicio. Sí, ya sé que a ciertos amigos estas líneas van a parecerles que vienen con ganas de joder. Y no me sorprende que piensen así. Está en mi naturaleza ser un aguafiestas de estas historias eclesiales de verdades a medias.

 

Porque a ver. No es cierto que el papa se haya puesto macho frente al tópico. Recordemos que el Caso Sodalicio lo cerró el Vaticano, con la venia del propio Jorge Bergoglio, a través del dicasterio que maneja el serpenteante monseñor español José Rodríguez Carvallo, del cual depende el Sodalicio. Y ahí, evocarán los memoriosos, la santa sede sentenció: NO expulsar a Luis Fernando Figari. Que no vuelva al Perú y que se quede en Roma. Que se instale, no faltaba más, en una residencia cómoda, en la que se destine a “un miembro del Sodalitium Christianae Vitae” para que esté atento a “cualquier eventualidad o exigencia” del “Señor Figari”. Se le prohibió además que conceda entrevistas (porque, si no quedó claro, no quieren que hable). Y, finalmente, especificaba la resolución vaticana de enero del 2017: “Correrá a cargo del Sodalicio toda carga necesaria para asegurar al Señor Figari un estilo decoroso de vida”. Tal cual.  

 

Por eso llamó la atención el anuncio papal, ocho días antes de venir al Perú, advirtiendo de una intervención al Sodalicio a través de un comisario colombiano, quien, entrevistado por el periodista Alonso Ramos de Hildebrandt en sus Trece, ya adelantó que no tiene idea de por qué lo han escogido pues no tiene ninguna experiencia en la materia, y, por cierto, su disponibilidad no será muy generosa porque no tiene mucho tiempo, al parecer. A lo sumo, dijo, vendrá unas tres veces al año. Y eso.

 

Así las cosas, todo olió a cálculo político. Porque el jefe de la iglesia sabía que el procaz y obsceno asunto de la pedofilia clerical iba a estar presente en el ambiente. Entonces, necesitaba poner el parche antes de que reviente el chupo. Necesitaba ablandar el camino. Conjurar la vaina. Pero ya ven. En Chile empezó bien, pero terminó por las patas de los caballos. Por defender al indefendible Juan Barros y por agredir y ofender a las víctimas del criminal cura Karadima.

 

Encima, en el caso peruano se le dio por mentir descaradamente. Pues dijo “estar muy preocupado por el Caso Sodalicio” y que lo venía “siguiendo desde el inicio” y que había ordenado un especial énfasis en el tema y que blibliblí y que blablablá. Tratándonos como a unos descerebrados sin memoria. Porque ojo.  Él mismo ya había zanjado la cuestión con el veredicto mamarrachento que menciono en el segundo párrafo de esta columna.

 

Más todavía. Decide no abordar la materia en Lima, sino que lo hace, desconcertando hasta a los suyos, en el aire, de vuelta a Roma, y en un estilo un tanto críptico. Peor aun. En Trujillo, no se les ocurre mejor idea a los organizadores que darle tribuna al controversial arzobispo sodálite José Antonio Eguren (quien tiene acusaciones de toda índole). 


Y no me digan que el papa no sabía quién era Eguren o no tenía conocimiento de la organización religiosa a la que pertenecía. Con lo cual la incongruencia, como en Chile, reventó como un cañonazo. Reventó, es verdad, solo para quienes no estaban en “Modo Papa”, todo hay que decirlo. Porque, a diferencia del vecino país del sur, acá no pasó nada. 

 

Lo cierto es que, en el relato papal, todos se han quedado con la idea de que algo va a pasar con el Sodalicio, pues este ha sido “comisariado” y Bergoglio ha adelantado, a manera de infidencia, que la cosa viene “bastante desfavorable al fundador”. 


Y bueno. Quien no quiera ver las cosas como son, allá él. Porque puedo apostar a que el comisario vaticano no hará lo que debería hacer: señalar rotundamente a los cómplices del fundador y disolver el Sodalitium. Y sobre el fallo “desfavorable”, el pontífice argentino pareciera estar aludiendo a la apelación presentada por Figari a través de su abogado canonista, la cual, ya lo adelantó, no prosperaría. ¿Eso que significará en la práctica? Volver a la situación anterior. ¿Y cuál es la situación anterior? Que Figari viva una jubilación dorada en Roma. La impunidad consagrada, una vez más con la venia papal. 

 

Y por más que Bergoglio reconoce los abusos sexuales, la manipulación psicológica y de conciencia, y ahora admite manejos irregulares en el ámbito económico, en lugar de rectificar el adefesiero fallo de hace un año, le sopla la pluma a la justicia peruana, que, dicho sea de paso, todavía no se pronuncia sobre la solicitud de prisión preventiva para Figari. Lo mismo que el Congreso, que hasta ahora no hace trabajar a la Comisión que formó a insistencia del congresista Alberto de Belaunde. 

 

Es verdad que, en el fondo, este es un asunto que le compete a la justicia civil, pero el papa tuvo la oportunidad de reivindicar sus fueros en el Caso Sodalicio, y no le dio la gana de hacerlo. Pudo hacer la diferencia, pero optó por el faroleo adocenado.