Algo tiene que pasar en Chile. Porque tanta impunidad no hace sino agigantar el escándalo. Y la iglesia católica lo sabe. Y el papa Francisco, que no tiene un pelo de idiota, y es un político consumado, ya se dio cuenta. Ergo, tengo el pálpito de que algo va a pasar. No por la implementación de una política de “tolerancia cero” vaticana, déjenme añadir. Porque ella no existe. Sino por un reflejo de supervivencia y de manejo de crisis y de control de daños.
En Chile -ya se percataron en Roma-, sus ciudadanos no son tontos, como les dijo Francisco a los habitantes de Osorno. No. Alguna vez fueron los católicos más conservadores de la región, es verdad. Pero ya no. Han padecido demasiados casos de abusos sexuales perpetrados por clérigos. Y ya están hartos. Ahora reaccionan. Y hasta protestan. Y saben gritar sus verdades y sus derechos.
En consecuencia, ante la polvareda levantada durante la última visita del papa a Chile y las reiteradas metidas de pata de su parte, de la curia y de los propios encubridores del pedófilo más emblemático de este país con forma de tripa, el Vaticano ha tenido que dar su brazo a torcer, y el jefe de los católicos ha dispuesto el 30 de enero que Charles Scicluna, arzobispo de Malta y presidente del Colegio para el examen de los recursos en materia de delicta graviora (léase, delitos graves) en la Congregación para la Doctrina de la Fe, se dirija a Santiago de Chile “para escuchar a quienes han manifestado la voluntad de dar a conocer elementos que poseen” sobre el obispo de Osorno, Juan Barros, a quien se señala como uno de los principales encubridores del depredador sexual ensotanado más célebre de Chile, Fernando Karadima.
Por supuesto, hay quienes, con razón, tienen motivos para ser suspicaces, desconfiados y recelosos de esta maniobra vaticana. Recordemos que, hace exactamente dos años atrás, en febrero del 2016, el chileno Juan Carlos Cruz, uno de los denunciantes del Caso Karadima, llegó hasta el Vaticano con la expectativa de exponer su testimonio y contar el rol de cómplice y ocultador que jugó Juan Barros. Esto lo iba a hacer ante la Comisión Pontificia creada por el papa argentino para enfrentar los abusos sexuales a menores. Llegó ahí invitado por el británico Peter Saunders, quien entonces formaba parte de dicha entidad. Lo que ocurrió a continuación fue inexplicable. Decidieron cancelar la exposición de Cruz y a Saunders le conminaron a reflexionar sobre su papel en la Comisión.
Lo amenazaron, si no se entendió. Y a Cruz lo excluyeron y lo revictimizaron, para variar. El pecado mortal de Cruz Chellew fue escribirle dos misivas al máximo pontífice en las que acusaba a Barros de encubridor. Las cartas, está confirmado, llegaron hasta las manos del cardenal de Boston, Sean O’Malley, presidente de la llamada Comisión contra Abusos a Menores.
Una de las cartas, firmada por treinta laicos católicos de la comunidad de Osorno, decía: “La desolación a la que nos ha llevado su voluntad, Papa Francisco, no resiste más silencio u omisión (…) Hemos tocado puertas (…) y solo recibimos burlas”.
Y añade: “Por favor, hermano Francisco, ábrase a la sana duda de información tan categórica sobre nosotros y pondere las consecuencias que su decisión ha ocasionado tanto en nuestra comunidad como para el mismo Juan Barros y la credibilidad de la Iglesia, para hallar una pronta solución”.
Quienes hemos seguido el Caso Karadima, y hemos consumido cuantas publicaciones, entrevistas, investigaciones y notas periodísticas existen sobre el tema, sabemos que por lo menos existen cuatro testimonios coincidentes y absolutamente verosímiles que acusan a Juan Barros de estar al tanto de los abusos (Juan Carlos Cruz, James Hamilton, Luis Lira y Juan Debesa, entre los que recuerdo). No solo ello. El mismo Juan Barros Madrid habría participado directamente en acciones de manipulación, maltrato y coerción psicológica sobre los discípulos de Karadima en la parroquia El Bosque. No solo él, por cierto, sino también otros cercanos a Karadima, que hoy también son obispos: Andrés Arteaga, Horacio Valenzuela, Tomislav Koljatic Maroevic, entre los principales.
Con todos estos antecedentes, ampliamente documentados en publicaciones como Karadima, el Señor de los Infiernos, de María Olivia Mönckeberg, Los secretos del imperio de Karadima, de Juan Andrés Guzmán, Gustavo Villarrubia y Mónica González, periodistas de CIPER, y El fin de la inocencia, de Juan Carlos Cruz, así como en los archivos judiciales donde se encuentran los testimonios recogidos por la jueza Jessica González, no queda un ápice de duda sobre las funciones de alcahuetes y compinches y, sobre todo, encovadores de Barros, Arteaga, Valenzuela y Koljatic.
Por eso, cuando Jorge Bergoglio defiende con firmeza y arrogancia a Juan Barros, ofende a las víctimas de Karadima y a los feligreses de Osorno. Y a todo el pueblo chileno. Porque los está tratando de mentirosos e imbéciles.
Así las cosas, hay quienes, con razón, decía, tienen enormes motivos para ser suspicaces. Hay quienes creen, por ejemplo, que Scicluna va a tratar de lavarle la cara al papa y salvar a Barros, con el argumento de que, efectivamente, los elementos que inculpan a Karadima se mantienen inalterables, pero “no existen elementos suficientes para inculpar a Barros”. O algo así. Confirmando de esa manera la posición del papa expresada altaneramente en Iquique y, posteriormente, en el avión que salió de Lima hacia Roma.
El mexicano Alberto Athié esgrimió en el muro de Facebook de Juan Carlos Cruz y en el mío algunos argumentos en esa línea:
Me preguntan qué pienso del nombramiento de Mons. Scicluna para investigar el caso del obispo Barros en Chile. Les comparto mi opinión, sobre todo a Juan Carlos Cruz Chellew y a Pedro Salinas
No tengo todos los detalles del caso en Chile, pero, ojo, es el caso que llevó a la crisis total e irreversible la política de la doble moral de Francisco (decir "cero tolerancia", por un lado, y seguir protegiendo pederastas y encubridores, por otro), pero, en lo que se refiere al caso Maciel, en 2004, Scicluna fue enviado de Roma y fue el mismo que llevó el caso Maciel aunque ya sabían todo, porque era el promotor de justicia de Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), -incluyendo la denuncia formal de los ex legionarios en 1998-. Aún así, se presentó como el nuevo investigador para abrir el caso, como si fuera la primera vez... en eso se parecen los casos Maciel y Barros...
Al final, en el 2006, después de sus investigaciones - las otras denuncias no valieron nunca- concluyen en un comunicado (abril del 2006) que hay que invitar a Maciel a "retirarse a una vida de oración y penitencia" sin reconocer públicamente que era un pederasta y mucho menos reconocieron que lo seguirían encubriendo hasta su muerte en 2008.
Solo hasta el 2010, la comisión que nombró Benedicto reconoció que había cometido "auténticos delitos graves", incluyendo su relación con dos mujeres con quienes tuvo hijos -y violó a dos en 1997- pero, identificándolo como el "asesino solitario" que se infiltró en la Santa Sede y hasta la alcoba del "pobre" e "inocente" san Juan Pablo, sin que nadie lo supiera hasta que, gracias a Benedicto, que había sido prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981 y tenía los expedientes desde los años 40's, lo descubrió y determinó su responsabilidad...aunque lamentablemente ya había cometido todas sus fechorías y ya se les había muerto...
Pero lo importante (por sus activos) era salvar al papa Juan Pablo para canonizarlo, la posibilidad de que Ratzinger llegara al papado como paladín de la justicia y salvar a los Legionarios, y así lo hicieron, gracias al trabajo del cardenal (Velasio) De Paolis.
Ese es Scicluna, un operador de palacio que buscó como principal objetivo: salvar al rey y a su custodio (Ratzinger) por encima de todo, encontrándole un solución salomónica al caso Maciel y venderlo como un lamentable caso del asesino solitario, o como lo calificó el actual papa Francisco, como "un gran enfermo" que, teniendo algunos "padrinitos" en la Santa Sede, hizo muchas fechorías pero sin jamás manchar a nadie... porque, a pesar de ser tan malo, siempre fue fiel a las máximas autoridades -los papas y quienes los protegieron- y a la Institución!
Es decir: pudo hacer todo lo que hasta ahora sabemos que hizo, solo y sin manchar a nadie de arriba y a quienes lo apadrinaron, porque lo hicieron sin saber que estaba haciendo, hasta que ya muerto, lo descubren...
Con ese objetivo creo que llega a Chile Mons. Scicluna: salvar al papa Francisco y a su decisión de nombrar y proteger a Barros y ver cómo va a salvar el desprecio a las victimas y sus denuncias nunca escuchadas. Scicluna es un controlador de daños...
La pregunta es: ¿Qué va a hacer Scicluna con la grave crisis del papado de Francisco por su abierto desprecio a las denuncias de las víctimas, que nunca quiso recibir, en contra de Barros, para buscar una supuesta solución salomónica que salve a Francisco y su doble política contra la pederastia, condenándola verbalmente, sin cambiar nada de fondo, es decir, sin reconocer que Francisco se equivocó al nombrar y ratificar a Barros en su nuevo cargo de obispo de Osorno?
Para más señas, Scicluna tiene 58 años y nació en Toronto, Canadá. Y fue clave en el proceso contra el pederasta mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, y contra Fernando Karadima, creador de la Pía Unión en Chile.
Desde 2001, según información de El Dínamo, Scicluna llegó a Roma para trabajar con el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, y ahí habría conducido más de tres mil investigaciones canónicas contra clérigos acusados de abuso.
En 2005, viajó a México y Estados Unidos para escuchar los testimonios de las víctimas y crear un archivo de declaraciones que posteriormente sirvieron para “sancionar” al mexicano. La supuesta “sanción”, al final, no fue tal. Se le confinó a una vida de oración y penitencia, y punto. No pasó nada más.
Años después, Scicluna también participó en el Caso Karadima. Sobre el caso, el obispo Juan Manuel Muñoz, relató: “Todo se activa en el momento en que Juan Carlos Cruz presenta su denuncia, eso fue en agosto de 2009. Él la trae antes de que yo viaje a Roma, fui a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Entregué la información. La conversación importante fue con el Promotor de Justicia en Roma, Charles Scicluna”.
“Me recomendó reunir testimonios sobre la credibilidad de los acusadores, lo que hice. Además, me recomendó que le pasara toda la documentación a un experto en derecho canónico, a otro en moral y a otro en psicología, lo que también hicimos, y al final me dijo que buscara a tres obispos de mucho nivel para que ellos me recomendaran qué juicio final tenía que emitir, también los busqué”.
Esas “recomendaciones” fueron las que terminaron por condenar a Karadima, señala El Dínamo. Y así fue. Pero ya saben. La “condena” a Karadima también fue una burla. Actualmente, como en su momento se hizo con Maciel, y posteriormente con Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium Christianae Vitae, en lugar de expulsarlo de la institución católica y denunciarlo ante la justicia ordinaria, se le recluyó en un convento para que sea bien atendido por unas monjitas.
Scicluna, en los hechos, es una suerte de fiscal eclesiástico. Y su accionar lo describe bien Andrés Beltramo, periodista de La Stampa. “Tendrá un amplio margen de acción. Se entrevistará con los denunciantes. Lo hará, como es común en estos casos, en privado y con la presencia de algún testigo. Las víctimas podrán aportar sus informaciones y prestar declaraciones, eventualmente transcriptas y certificadas por un notario eclesiástico. Es la práctica consolidada. Scicluna podrá escuchar otras voces, si lo considera necesario”.
El cuestionado Juan Barros Madrid fue designado obispo de Osorno el 15 de enero del 2015 por el papa Jorge Mario Bergoglio. Y desde entonces, pese a las bulliciosas rechiflas y notorio descontento de la población de Osorno, lo ha mantenido contra viento y marea. Su decisión es, a todas luces, desacertada. Más aun cuando él mismo dudó en su momento y pensó ofrecerle a él y a los otros ‘Karadima Bishops’ sus respectivos años sabáticos. Existe una carta, que fue divulgada en Chile horas antes de la llegada del papa, que confirma las vacilaciones del pontífice argentino.
Mientras tanto, Juan Carlos Claret, un joven activista de los denominados Laicos de Osorno, declaró a La Nación que le pedirán al enviado vaticano tres garantías: “Independencia y autonomía del tribunal, transparencia y bilateralidad de las audiencias y confidencialidad”. Claret calcula, como el arriba firmante, que mínimo deberían ser cuatro los testimonios que inculpen al obispo Barros como encubridor de los abusos de Fernando Karadima.
¿En qué va a terminar este nuevo escándalo vaticano? Pese a todos los pronósticos, si me preguntan, presumo que en esta ocasión la verdad no podrá seguirse tapando a la fuerza. Barros será removido por recomendación de Scicluna. Y el papa, una vez más, pedirá perdón.
El propio Barros ya hizo circular indirectamente un comunicado salido de su oficina: “Todo lo que disponga el Papa lo acoge (el obispo Barros) con fe y alegría, pidiendo a Dios que resplandezca la verdad”, escribió el conchudo.
Pero ojo. En caso de removerlo, ello no significará que esté funcionando el famoso protocolo de “tolerancia cero”, porque tal cosa no existe. Ni se está aplicando. En esta ocasión, como en todos los grandes escándalos eclesiales, la iglesia católica actuará correctamente, no por propia iniciativa, sino que lo hará debido a la presión mediática. Como siempre ha ocurrido en estos casos.
Y quede subrayado y en negritas: No habrá sanción ni nada que se le asemeje. Será, una vez más, un golpe de efecto. Un juego mediático. Una maniobra de control de daños. Para contentar a la platea y sortear el escándalo. No esperen más, todo hay que decirlo. Será una operación reputacional. Punto.
Empero, insisto en mi profecía. En este oportunidad, Barros no se libra de que lo saquen de Osorno.
No obstante, no todos son optimistas. Ya dimos cuenta de la opinión del mexicano Athié. Pues bien. La tambien mexicana Sanjuana Martínez, periodista de investigación que lleva más de veinte años investigando casos de abusos sexuales dentro de la iglesia católica, considera que el trabajo de Charles Scicluna para el Caso Barros no esclarecerá, sino que enturbiará las cosas. O algo así. Lo dijo en Cooperativa.cl. "Es lamentable, pero lo que perdura en este tipo de crímenes es la impunidad endémica".
Y añadió: "La iglesia, como institución, funciona como una mafia, con sus códigos de secretos y protección, y desprecia a las víctimas de abusos sexuales (...) Scicluna viene a disimular normalmente la estrategia del Vaticano (...) (Lleva adelante) una simulación de investigación que, finalmente, terminará para tapar todo nuevamente"
Por último, independientemente de la investigación sumaria que realice Scicluna, traigo a colación unas declaraciones que caen a pelo. Son de la periodista Paulina de Allende-Salazar, quien en el 2010 reveló los abusos de Karadima en un reportaje de Informe Especial de TVN. Dice Allende-Salazar en la revista Paula: “Quienes fueron muy cercanos a Karadima tuvieron que haber tenido conocimiento de lo que ahí ocurrió sí o sí. Y si no se dieron cuenta, tienen algún daño que les impide observar y tener un juicio criterioso de la realidad. De ser así, no puden liderar ninguna comunidad de fieles de una manera correcta y sana. Esa es mi sensación”.
Y es la mía también. Y no solo se aplica a Barros, Valenzuela, Koljatic y Arteaga, que quede por escrito. Porque lo mismo se adapta al Caso Sodalicio. Y ahí los nombres son más y en esa institución también se ha consagrado la impunidad. Pregúntenle, si no, a Jaime Baertl, a José Antonio Eguren Anselmi, a Alfredo Garland Barrón, a José Ambrozic, a Eduardo Regal, a Erwin Scheuch, a Óscar Tokumura Tokumura, y a Virgilio Levaggi, entre los que se me vienen a la cabeza.
(fOTO CABECERA: Periodista Digital)