Virgilio Levaggi es señalado por diversos exsodálites por manifestar comportamientos sumamente extraños y de connotaciones sexuales durante sus sesiones de “dirección espiritual”. Viendo las cosas en retrospectiva, resulta que su conducta era sintomática y sistémica. Seguía, aparentemente, un patrón. Un modus operandi muy similar al que utilizaban Luis Fernando Figari y Germán Doig con sus víctimas. Testeaba. Sondeaba. Probaba a ver quién caía en su trampa.

 

En la investigación Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015) que hicimos junto a la periodista Paola Ugaz durante casi un lustro, decidimos poner el foco en la figura de Luis Fernando Figari, pero fue evidente que hubo otro grupo de jerarcas del Sodalitium Christianae Vitae (SCV) que hacía de comparsa del fundador de esta organización, supuestamente creada como tapadera religiosa para dar rienda suelta a los desmanes de unos cuantos. Virgilio Levaggi, de acuerdo a varios testimonios, era uno de ellos. En la publicación lo identificamos con las siglas LE.

 

Bartolomé, uno de los testimonios del libro, antes de referirse a un incidente de connotaciones sexuales ocurrido con el propio Luis Fernando Figari, revive un extraño episodio “en la casa de uno de los Peces Gordos, en una sesión de dirección espiritual”. El ‘Pez Gordo’ al que se refiere Bartolomé es Virgilio Levaggi. 


“Mi director espiritual (Levaggi) me pidió que me desnude y me recueste en su cama. Él se mantuvo sentado en una silla a más de un metro de distancia. Hablamos durante media hora, con mucha tensión… Es fácil explorar esa situación corporalmente expuesta, abusar de esa posición de dominio. Yo ya era mayor, y lo encontré desagradable” (p. 178).

 

También aparece mi propia experiencia cuando fui su “padawan”. “Nunca fui víctima de abuso sexual al interior de la institución ni vi nada extraño en ese sentido, pero no puedo soslayar un incidente que, a la luz de los hechos que ahora se conocen, presumo que no puede estimarse como algo aislado. Es más. Podría considerarse una pieza más en este intrigante juego de rompecabezas que aquí hemos querido empezar a armar”.

 

“A ver. Se las cuento en corto. Mi director espiritual, LE (Levaggi), me insistía en que yo acumulaba mucha tensión y que lo recomendable era que practicara yoga. Para distenderme. Para relajarme. Y para tener una mejor actitud física hacia la oración. Y en ese plan. Entonces, en una sesión de ‘dirección espiritual’, me dijo que debía conocer mis puntos de mayor tensión, así como mis chakras, y me pidió que me sacara la ropa, que me quede en calzoncillos, echado en el piso, boca arriba, con los ojos cerrados. ‘Porque el yoga se practica así, en ropa interior’. Todo muy profesional. O eso parecía”.

 

“Y bueno. Eso fue lo que hice. Sin dudarlo, claro. Porque mi director espiritual era como un padre sucedáneo, además de un amigo, y un mentor, que, supuestamente, estaba buscando lo mejor para mí en el camino hacia la santidad. Y un director espiritual es, además, una suerte de superior al que, por cierto, hay que obedecer sin dudas ni murmuraciones. Tal cual”.

 

“Pero a lo que iba. (Levaggi), quien era como mi gurú, tomó un puntero desplegable, de metal, para más señas, y comenzó a pulsarme el hombro, los brazos, el pecho, luego las piernas. Y en un momento, me tocó cerca de los genitales. En la ingle, para ser precisos. Entonces, reaccioné con sorpresa, abriendo los ojos de súbito y levantándome del piso, como un resorte, manifestando mi incomodidad. En ese instante, (Levaggi), mirándome a los ojos, me dijo: ‘Pasaste la prueba, vístete’. E inmediatamente, como si se tratase de un personal trainer, pasó a hablarme de la importancia del yoga en la vida del cristiano y lo fundamental que era la respiración diafragmática. Y no sé qué más. Y ya ven. Nunca entendí a qué prueba se refería. Y el singular y extrañísimo episodio, la verdad, lo olvidé rápidamente. Lo borré de mi memoria, aunque no lo crean”.

 

“No obstante, el incidente acudió a mi memoria como un rayo cuando me enteré de la doble vida de Germán Doig y de sus estratagemas para hacerse de sus víctimas” (p. 207).

 

Por su parte, Bernardo relata lo siguiente: “Fíjate. Me acabo de acordar de cuando (Levaggi) también fue puesto ‘en cuarentena’ (antes, Bernardo había aludido al Caso Jefferey Daniels). Lo digo así porque nadie nos daba una explicación sobre esta situación. Y por esas coincidencias de la vida, también me tocó vivir un tiempo en esa comunidad donde ocurrió aquello (se refiere a la casa sodálite San Aelred, ubicada en la avenida Brasil). Era penoso. Ni siquiera le dejaban bañarse y (Levaggi) andaba todo sucio, seboso. La versión oficial decía que ‘había faltado a la obediencia’. Pero más tarde, HdC (Humberto del Castillo) me dijo: ‘Lo único que te puedo decir es que no se trata de un asunto de faldas’. Eso también fue raro” (p. 216).

 

Más adelante, Cristóbal narra otro evento que lo vincula. “En una de las comunidades sodálites, en una salita donde se realizaban las reuniones con los directores espirituales a puertas cerradas (nuevamente, la mención es a San Aelred, que hoy por hoy ya no existe), una vez que estaba conversando con (Levaggi) sobre la tensión y las técnicas de relajación, me pidió que me levante la camiseta, y yo accedí sin ninguna malicia; y él se quedó mirándome un rato, hasta que de pronto alguien tocó la puerta para saber si la sala estaba ocupada, y al toque me dijo ‘¡vístete!’. Lo dijo con nerviosismo. Y siempre me quedé pensando en que, si eso era normal, ¿por qué se mostró inquieto? Nunca llegué a pensar que podía estar en una situación de acoso sexual o en el comienzo de algo así. Pero sí, fue raro lo que pasó” (p. 222).

 

Cuando Levaggi se fue voluntariamente de la institución, sin que nadie, salvo el Consejo Superior, supiera lo que había pasado, tomó contacto con varios exsodálites. Uno de ellos fui yo. A ninguno de nosotros, ni a la comunidad sodálite, ni a nadie, se le informó que el eufemismo de que “había faltado gravemente a la obediencia” significaba, en buen romance, que había aprovechado su condición de superior para abusar sexualmente de subordinados suyos.

 

Recién nos enteramos de ello, años más tarde. En mi caso, esto me lo confirmó el mismísimo cura sodálite Jaime Baertl Gómez, en sus oficinas de Lizardo Alzamora, ubicadas en un segundo piso de dicha calle sanisidrina. La conversación fue bastante áspera y altisonante, como la recuerda el propio Baertl en una declaración suya ante la fiscalía. Y es que la sola sensación de haberme sentido engañado, y expuesto a una situación de peligro, me sacó de mis casillas. 


Levaggi me ‘jaló’ al Instituto Libertad y Democracia (ILD), donde había logrado ubicarse, para que trabajara con él, junto a otro exsodálite, en el área de Promoción y Difusión. Y más tarde, hizo que contrataran a otro exmilitante. Ninguno tenía ni un asomo de sospecha respecto de los motivos de su salida del SCV. 

 

Las únicas dos veces que le pregunté sobre el particular, fue sumamente escueto. Y seco. “No quiero hablar de eso, por ahora”, dijo la primera ocasión que abordé el tema. Y en otra oportunidad, cuando reapareció la curiosidad, volví a la carga. “¿Por qué te saliste?”. Y su respuesta fue: “Fulano me traicionó”. Levaggi estaba manejando, recuerdo, cuando de la nada le solté la interrogante. Porque después de que me contestó, quizás arrepentido de evocar ese nombre, tomó firmemente el volante, y se quedó mirando hacia delante, como rumiando algo con rabia, mirando al vacío.“¿Qué pasó?”, me atreví a insistir. “No quiero hablar de eso”, dijo. Y no volví a machacar más.

 

Hasta que un exsodálite, de los cercanos a Baertl, me contó, tiempo después de su deserción, lo que había escuchado del “cura empresario”, quien, ya les dije, era el tipo más íntimo de Levaggi dentro de la organización. 


Fue ahí cuando lo busqué a Baertl, quien me aseguró que se trataba de un caso aislado, que había sorprendido a todos, y que Figari, Doig y compañía, incluyéndolo a él, prefirieron mantener el asunto en silencio porque eso fue lo que les pareció más adecuado en ese minuto, y me pidió disculpas por no haber puesto sobre aviso a quienes ya no formábamos parte del Sodalitium y habíamos tenido algún tipo de relación con el personaje. Fue a partir de ese instante, que tomé distancia de Levaggi y dejé de responderle a sus llamadas e invitaciones a cenar con su esposa, pues en un lapso bastante corto después de irse del movimiento de Figari, se ennovió dos veces y se casó por todo lo alto con una mujer de la alta sociedad limeña, con la que tiene actualmente una hija.

 

“El pecado grave contra la obediencia” de Virgilio Levaggi recién se reconoció formalmente el 8 de julio del 2016, después de treinta años, ante la 26ª fiscalía penal de Lima. José Ambrozic Velezmoro, entonces vicario general del Sodalicio, confesó: “Alrededor del mes de octubre de 1986, el señor Figari me convocó en calidad de superior de la comunidad en donde residía Virgilio Levaggi, San Aelred, y me informó que Virgilio había tenido inconducta sexual de tocamientos con un aconsejado suyo mayor de edad, miembro de la institución, y que debían mantenerlo recluido sin poder salir de la comunidad de modo permanente. El señor Figari visitaba a Levaggi semanalmente para conversar con él. Alrededor de marzo de 1987, Levaggi decide irse de la comunidad y del SCV por propia voluntad”. (Continuará)