A ver. Cumplo con publicar la carta notarial que me hace llegar el arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren. Sodálite, para más señas. Según él, estoy dañando su honra, pues en un post anterior, titulado El Juan Barros peruano, dije:


La primera denuncia que se hace en el año 2000 contra el Sodalicio, formulada por el periodista José Enrique Escardó, a manera de una serie de columnas publicadas en la revista Gente, es contra el sodálite Eguren. En la primera de ellas, del 2 de noviembre del 2000, Escardó relataba los “métodos de formación” que se empleaban con los novicios, y que ilustraban el sistema perverso y de abuso al interior de la organización. En esa columna, el exsodálite Escardó, y primer denunciante de dicha cultura preñada de arbitrariedades, que, luego descubrimos, escondía hechos más siniestros, señalaba a dos jerarcas: Alfredo Draxl y José Antonio Eguren.

 

Eguren le habría ordenado a Escardó echarle kétchup a su arroz con leche para que se lo coma. Era una típica “orden absurda”, de aquellas que estaban diseñadas para partirle el espinazo de la voluntad a los aspirantes y doblegarlos. Le hizo tragar cinco porciones hasta casi hacerle vomitar.

 

En la tercera parte de dicha saga, publicada el 15 de noviembre del 2000, Escardó describe mejor a José Antonio Eguren. “Un curita de apariencia bonachona y de gran habilidad oratoria”. En esta entrega, José Enrique narra una situación que acontece cuando él había sido castigado durante una semana con una alimentación inhumana. Agua y lechuga.

 

“Y con la personalidad cruelmente juguetona que lo caracterizaba, al bonachón, hoy monseñor Eguren, se le ocurrió una forma muy noble y cristiana de acercarme a su dios. Se sirvió un delicioso pan con mantequilla y mermelada, y, justo cuando se lo iba a meter a la boca, se dio cuenta de que mi ayuno me había llevado a echarle un ojo. Así que, justo antes de meterlo en su boca, el cura me miró de reojo y me preguntó, con esa sonrisa que siempre recordaremos quienes lo hemos conocido: “¿Te gustaría comerte este pan?”. Yo lo miré desconcertado, ya que no sabía qué era lo que debía contestarle. El cura me lo fue acercando y retirando de la boca, provocándome. “¿Quieres? Mmm. Qué rico, ¿no?”. Yo, con casi una semana de haber estado alimentándome de agua y lechuga, sufría ante la visión de ese delicioso pan que, en ese momento, se convirtió en lo único que esperaba de la vida".

 

"Al final, luego de casi dos minutos de jugar conmigo, el cura, al que apodamos “El Cura Gordo”, se metió el pan con mermelada a la boca y se lo comió todo, mientras decía: “¡Qué rico, mmm!”, con un especial gusto y una mueca de “piña, loco, te pelaste, sigue ayunando nomás””.

 

Por arte de birlibirloque, Eguren, en su carta notarial, se refiere a la denuncia de mayo del 2016, en la que lo incorporamos a él, pues los cinco exsodálites que denunciamos a Luis Fernando Figari y quienes resultasen responsables de los delitos de asociación ilícita, secuestro mental y lesiones graves, estábamos –y seguimos- convencidos de que Eguren, uno de los sodálites más antiguos, miembro de la denominada “generación fundacional”, es decir, parte del grupo de sodálites de confianza de Figari, y partícipe de este tipo de maltratos seriales que reseña José Enrique Escardó, no fue ajeno a esta cultura de abusos y atropellos, en la que se humilló y vejó a demasiados jóvenes, que, hoy por hoy, padecen, como mínimo, de síndrome de estrés postraumático.

 

Según el particular parecer de Eguren, el hecho de que la fiscal María del Pilar Peralta Ramírez, la misma que archivó el Caso Sodalicio, y luego fue sancionada por ello, lo excluyese de la demanda, lo convierte automáticamente en inocente, o en algo por el estilo. O sea, el hecho arriba descrito, no habría existido, digamos. O habría sido inventado por Escardó. En consecuencia, ni siquiera se siente impelido de pedirle públicas disculpas a José Enrique, quien, creo, se las merece. No solo de parte de Eguren, sino de toda la institución.

 

De otra parte, me dice que afirmo que está acusado de tráfico de tierras en Piura y se refiere al reportaje investigativo, que él llama “documental” y se lo atribuye a mi amiga y colega Paola Ugaz, quien, efectivamente, participó en la producción. Pero a ver. Literalmente, lo que escribo en mi texto es lo siguiente: “Eguren es además señalado en diversos reportajes de investigación, como presuntamente implicado en casos de tráficos de terrenos en la ciudad de Piura”. Y me baso no en un “documental”, sino en una investigación extensa, de treinta minutos de duración, propalada por la cadena Al Jazeera, en su sección Latinoamérica Investiga, elaborada por los acreditados periodistas Seamus Mirodan y Daniel Yovera. Acá les paso el link para quienes se lo perdieron:

 

https://www.youtube.com/watch?v=xH3wIhjqqGY

 

No es el único trabajo que cito, que conste. También menciono El Origen de la Hidra (Aguilar, 2017), del periodista trujillano Charlie Becerra, que curiosamente Eguren omite.

 

El asunto de fondo de mi nota, por lo demás, fue poner en evidencia el desatino de la iglesia católica peruana de darle relieve a un miembro de una organización sumamente cuestionada, como es el Sodalicio de Vida Cristiana, durante la visita que hizo el papa Francisco a Trujillo, donde el discurso principal se le entregó a José Antonio Eguren, uno de los miembros de la “generación fundacional”, de los sodálites más conspicuos de dicho movimiento, quien habría participado en incidentes de maltrato psicológico a subordinados de esta institución que aun sigue siendo investigada. Por eso es que hice el símil entre el obispo chileno Juan Barros y José Antonio Eguren.

 

En fin. Ahí está íntegra la carta rectificatoria de Eguren, la cual cumplo con publicar. Notarial o no, la habría divulgado igual. El tenor de la misma me hace inferir que el arzobispo sodálite no comprendió la esencia de mi post. Gracias, de todos modos, José Antonio, por tomarte el trabajo de leer la nota. Me regalaste el tema de la semana. Y me diste un paréntesis en el otro tópico -más heavy- que venía desarrollando durante las últimas semanas.