El arzobispo de Piura y Tumbes, el sodálite José Antonio Eguren Anselmi, nos envía sendas cartas notariales a Paola Ugaz y a mí, como advirtiéndonos de que no nos metamos con él. Porque los señalamientos a los que aludimos cuando nos referimos a Eguren, que no son pocos, ya fueron judicializados. O algo así. En consecuencia, ya no deberíamos citarlo ni de refilón a este figurón de los tiempos aurorales del Sodalitium, el cual, aunque lo niegue, formó parte de la cultura de abuso de poder en dicha institución.

 

La desaforada pretensión de Eguren, en síntesis, en lugar de quitar el hipo, jalona sonrisas y evidencia una ignorancia inexcusable en materia de libertad de expresión. Allá él. Si quiere que nos veamos las caras en los tribunales, pues que así sea. ¿Quién se ha creído este señor? ¿Porque es obispo y billetón le vamos a tener miedo? ¿Los arzobispos son incuestionables?¿Sobre todo cuando han sido parte de la cúpula de una organización opresiva como el Sodalitium?

 

En la misma línea de “mejor cállate, y no te metas con el Sodalicio”, están otros simpatizantes acríticos de la creación de Figari. En el Facebook del exsodálite Martín López de Romaña, por ejemplo, se suscitó hace poco un debate a raíz de que uno de los esclavos de Figari, José Rey de Castro, ha comenzado a hablar, a escribir, y a grabar videos en los que relata su tortuoso tránsito por el controversial movimiento. 

 

En realidad, más que un “debate” lo que se produjo fue la reacción indignada de un grupo de gente que estuvo vinculada a la familia sodálite, y que trataba de replicar las babosadas y disparates de un bufón narcisista, de apellido Wiegering, quien, al parecer, también fue uno de los discípulos de Figari.

 

Lo que pretendía el tal Wiegering era asesorarle públicamente a Rey de Castro, a través de un llamamiento en el que le decía que sea más cauteloso con lo que dice y escribe y graba, porque podía estar haciéndose un “seppuku relacional y laboral”. Es decir, con lo que estaba denunciando, probablemente, también se estaba recortando la posibilidad de encontrar trabajos seguros y relaciones amicales duraderas. Según Wiegering, el mensaje ya se lo había dicho en privado. “Como debe ser”, añadió.

 

Rey de Castro, quien, por lo que se ve, no necesita defensores, comparó al susodicho con el propio Luis Fernando Figari. Y al agresivo chacal le lanzó algunas verdades que saltaban a la vista. Dueño de la verdad. Intolerante. Incapaz de ser empático. Entre otras. Un tercero intervino y soltó: “Si esa no fue tu experiencia (en alusión al maltrato psicológico), bendito sea Dios, pero no dudes de nosotros”.

 

La cosa no terminó ahí, adivinarán. Y es que los Eguren y los Wiegering y los otros que esperan agazapados detrás de una mata, en plan “SCV Lovers”, han pasado, déjenme interpretar, a una fase enajenada, en la que parten del supuesto de que el Caso Sodalicio ya se cerró, y, en consecuencia, todo vuelve a la normalidad, como antes, cuando un sodálite respondía a las críticas con altanería, con desplantes de energúmeno, con chismes charlatanes y vocingleros, con majaderías y sin gramática. Con vilezas que aspiran a instalar en el aire, como un gas tóxico, que las víctimas en realidad exageran, o que narran sus testimonios con el único propósito de hacerse de una indemnización. Porque hacia eso parecen ir. Hacia la desacreditación de los denunciantes. Y en el camino, estos acérrimos sostenedores del Sodalitium, terminan revictimizando a los nuevos testigos.

 

Y claro. Disfrazan su falta de argumentos y de ideas con la más vulgar impudicia. Descalificando a todo aquel que se cruce en su camino para hacerle frente. Usando el método del “cacógrafo”, como denominó Balzac. Si no tienen fundamentos, como es lo usual, entonces desvían las acometidas al plano personal, “sacando a la luz” los errores y defectos del oponente, magnificándolos si acaso existen, o fabulando e imaginándolos, como siempre hicieron los jerarcas del Sodalitium para denigrar a quienes odiaba y llamaba “traidores”. Echándoles caca con ventilador. El sistema no ha variado, al parecer. Y es que, como alguna vez escribió Mario Vargas Llosa, “la estupidez y la maldad son de alguna manera contagiosas”.

 

“Nada más nauseabundo que atacar y revictimizar a la gente que ha tenido la valentía de dar la cara”, dijo alguien en el muro de López de Romaña, amparando el derecho de José Rey de Castro de continuar con su corajudo testimonio. No obstante, la chatura y la bajeza, y la indigencia moral de unos cuantos, serán parte del costo de contar la descarnada verdad. Es así.  

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 15 de abril del 2018