La democracia jamás será fuerte en el Perú mientras exista esta sobreabundancia de “políticos” con el perfil de Edwin Donayre. Un payaso, por donde se le mire, si me preguntan. Además de estafador, cobarde y cabrón. Porque eso es lo que es Edwin Donayre.

 

¿O acaso se puede describir de forma distinta el talante negacionista de quien pretende tergiversar nuestra propia historia para acomodarla según su capricho? El suyo y el de los fujimoristas, si me apuran. Y que, para lograr su propósito, el calzonazos de turno acecha a una joven de veintipocos años y la estigmatiza y le monta una campaña como si fuese una apologista del terrorismo, cuando no lo es. Y encima hace exactamente lo mismo con el historiador y escritor José Carlos Agüero, autor de uno de los mejores libros de los últimos años, cuya lectura nos ha permitido comprender mejor las secuelas de la guerra interna que padeció el Perú.

 

Como ha dicho Rosa María Palacios en su espacio Sin Guion, en el blog de La República, Donayre “no tiene la conducta de un militar honorable”. No, no la tiene. Ni de asomo. Por el contrario, sus actos nos revelan a un personaje vil, despreciable, ruin. Rastrero.

 

Y su discurso, que acusa limitaciones intelectuales evidentes, produce náuseas y una ilimitada repugnancia. Y por momentos, no lo voy a negar, arranca incluso involuntarias sonrisas cachacientas, pues uno piensa que la imbecilidad tiene límites. Pero no. En este caso no es así.

 

“¿Por qué se puso el nombre de LUM?”, le preguntó Donayre a Patricia Balbuena, la soñolienta ministra de Cultura. Y el congresista respondió algo así como “la arquitectura del LUM tiene un sendero estrecho y oscuro… ¿Sendero Luminoso?”. Y claro. LUM vendría de LUMinoso. Y en ese plan.

 

Luego confundió homofobia con xenofobia, y en entrevistas periodísticas continuó con sus enredos y cantinfladas, siempre echándole lodo al Lugar de la Memoria, como si se tratase de una plataforma desde la que se hace apología del terrorismo.

 

El patético militar es incapaz de ver lo evidente. Porque no quiere verlo. O porque la sesera no le alcanza. O por las dos cosas. No quiere ver que la muestra, como acaba de manifestarlo un grupo de ciudadanos, “da cuenta de las acciones terroristas cometidas por el PCP-Sendero Luminoso y el MRTA, y del abuso de poder y la violación a los derechos humanos cometidos por las fuerzas del orden”.

 

El LUM es también un ambiente para rendirle homenaje a las víctimas que padecieron las feroces arremetidas de la violencia  suscitada por el terrorismo y el contraterrorismo. ¿Para qué? Para que las personas que visiten el LUM reflexionen sobre aquella experiencia tan terrible de veinte años eternos en los que perdieron la vida miles de peruanos, y no se repitan estas cosas en el futuro.

 

Esto, que es una verdad de a puño, no es percibido así por el fujimorismo totalitario y otros cavernícolas de la ultraderecha. Por mi parte, coincido con Juan Carlos Tafur, cuando este anota en las páginas de El Comercio que “el guion museográfico acordado con la participación de militares y policías, peca de edulcorado” (22/5/18).

 

Porque la crudeza a la que llegó el Perú en los tiempos de guerra interna fue mucho peor y más brutal que lo que ahí se exhibe. Pero claro. Ya adivinarán. Nadie se quiere pelear con el fujimorismo, que quiere reescribir la historia a su antojo, para quedar bien, sin Colinas, ni asesinatos a niños, pues la verdad les importa un carajo. Y lo único que quieren es ganar las elecciones del 2021, usando como peleles a gente como Donayre, el negacionista del cuento.