Cuando ya había tirado la toalla, he vuelto a creer en el papa Francisco, les cuento. Un hálito de esperanza ha resurgido de la nada. Y es que lo que ha hecho en Chile, todo hay que decirlo, ha marcado un hito histórico en la lucha contra la pederastia. Y eso hay que reconocérselo.

 

Para ser honestos, esta es la primera vez que un pontífice católico hace algo en firme, concretísimo, de alto impacto, más allá, por cierto, de pedir perdón y lanzar frases huecas al aire y darse golpes en el pecho, como han hecho el propio Bergoglio y sus predecesores Ratzinger y Wojtyla (este último, si me apuran, el que menos). Porque a ver. Eso de pedir la renuncia en bloque de todos los obispos de un país, no se había visto en dos mil años, creo. Tampoco recuerdo haber visto recular a un papa de la forma en que lo ha hecho Franciso, para luego enmendar las cosas de manera ejemplar.

 

De momento, el líder de los católicos ya aceptó la renuncia del controvertido Juan Barros, de la diócesis de Osorno, junto a la de los prelados de Puerto Mont, Cristián Caro, y de Valparaíso, Gonzalo Duarte. Mientras tanto, hasta que les encuentre reemplazos ha colocado administradores apostólicos. Son los primeros tres que se van de treinta y cuatro. Parece el punto de partida de algo, si me preguntan. Pero está claro, eso sí, que no hay un plan integral, ni una visión de mediano aliento, y, no menos importante, no todos acompañan de buena gana al papa en este viaje tortuoso, complejo y cuesta arriba.

 

“¡Empieza un nuevo día en la Iglesia Católica de Chile! Se van tres obispos corruptos y seguirán más!”, exclamó Juan Carlos Cruz, uno de los responsables principales de la hazaña, a través de un tuit. En paralelo, el exobispo de Osorno, quien es uno de los cuatro prelados de Karadima (los otros tres son Arteaga, Valenzuela y Koljatic, que son conscientes perfectamente de que dentro de poco le seguirán los pasos a su colega Barros), propaló una inexplicable carta en la que prácticamente se mostraba como una víctima incomprendida como consecuencia de un desafortunado malentendido. “Les pido con humildad que me disculpen por mis limitaciones y lo que no pude lograr (…) pidiéndole especialmente (a la Virgen María) que algún día llegue a resplandecer la verdad”. Figúrense. Encima eso.

 

Respecto de la salida del obispo de Valparaíso, Gonzalo Duarte, trascendió que en el año 2012 el exseminarista Mauricio Pulgar denunció redes de sexo, drogas y poder en la diócesis de Valparaíso, y Duarte no hizo nada sobre el particular. No obstante, la Conferencia Episcopal chilena aseguró que no había denuncias en su contra. Hasta que tuvo que salir el padre Francisco Javier Astaburuaga a decir que, diez años atrás, él mismo había presentado una denuncia formal. A esto me refiero con que no todos acompañan de buena gana al papa en este viaje.

 

La resistencia de los obispos es evidente. Les jode este viraje de timón. Allá, en Chile. Y acá, en el Perú. Y podemos inferir que en el resto del planeta, donde la iglesia católica tiene presencia, es igual. O peor. Les cuesta mirarse en el espejo y ver el tumor que les carcome la cara y erosiona la imagen de su institución. Lo dijo claramente la periodista Mónica Rincón, de CNN Chile: “O sea, a pesar de todo lo ocurrido, la mentira, el oscurantismo, las redes de protección siguen vivas y fuertes”. Tal cual.

 

Así las cosas, las interrogantes aparecen casi, casi como imperativos de vida o muerte. ¿Hasta dónde llegará el papa Francisco en este camino que parece haber iniciado contra la pederastia? Es lo que nos preguntamos quienes seguimos este fenómeno perverso que ha hecho simbiosis en la estructura eclesial. Y hasta metástasis.

 

¿Qué va a pasar con los obispos desterrados y eyectados? ¿Tendrán algún tipo de castigo? ¿Deberían, no? ¿Qué va a suceder con los cardenales Errázuriz y Ezzati, quienes, ahora está más que claro, jugaron a encubrir y tapar los crímenes de Fernando Karadima, entre otros casos? ¿Errázuriz, quien además visitó en su casa a Luis Fernando Figari en pleno escándalo luego de descubrirse los abusos sexuales del religioso peruano, se mantendrá como principal asesor del papa en la reforma vaticana? ¿Qué va a pasar con el nuncio apostólico en Chile, Ivo Scapolo, otro de los responsables de no informar verazmente al “santo padre”?

 

El papa sabe que los escándalos de pederastia explican por qué la población católica de Chile, de ser una de las más conservadoras y religiosas, se redujo de 80% a 60% en menos de 30 años. Y debe intuir con lucidez y claridad que si no le pone freno a esta lacra, con medidas drásticas como la que adoptó en Chile, esto seguirá siendo una sangría en el resto del globo terráqueo. Y sus feligreses irán perdiendo la fe, gradualmente, homeopáticamente, ante la indolencia de las autoridades de una iglesia que no cuida de sus miembros más indefensos, los niños.

 

Le espera una tarea hercúlea al papa. Y no la podrá cumplir cabalmente si no actúa con mano de hierro. Eyectando a los clérigos y pastores insensibles e indiferentes, inútiles y soñolientos, y disolviendo organizaciones como el Sodalicio, es decir. No se avizoran muchas opciones, la verdad. En realidad, es el único camino que le queda, para ser francos. Y su “C9”, del cual ha perdido a su “Número Tres” (el cardenal australiano George Pell) por acusaciones de pedofilia y de encubrimiento, y luego de constatar que su amigo Francisco Errázuriz tampoco es alguien de fiar, debería ser reestructurado íntegramente, y enfocarse en esta guerra sin cuartel que tiene por delante. De no hacerlo, de no poner el foco y sus mejores esfuerzos y sus mejores hombres en acabar con esta plaga, su papado habrá sido un rotundo fracaso.