“Han perdido todo escrúpulo y están dispuestos a hacer lo que sea necesario, al costo que sea necesario, para satisfacer esta necesidad de Keiko de convertirse en la presidenta del Perú”, le dijo Augusto Álvarez Rodrich a Américo Zambrano en Hildebrandt en sus Trece. Y es así. Ya lo están haciendo. Y no van a parar.

La ley que prohíbe a los medios la publicidad estatal es un botón sintomático de lo que se viene. Es otro atropello de los que gusta exhibir el fujimorismo. El supuesto propósito es evitar que un medio entregue su línea editorial –que se prostituya, o sea-  a cambio de publicidad del Estado. Algo que, recordemos, el fujimorismo hacía a escalas siderales cuando detentó el poder. “Las viudas hoy se quedaron sin mermelada…” tuiteó el repulsivo Pier Figari Mendoza cuando se aprobó este esperpento inconstitucional, el cual, dicho sea de paso, no tiene ni lógica ni sentido.

Y es que para el fujimorismo, ya saben, joder como sea a la prensa independiente, asustarla, frenarla, golpearla, humillarla, es algo que está en su ADN. Es uno de sus genes más característicos. Me refiero al autoritarismo, obvio. Para ellos, los fujimoristas, todo vale con tal de someter a la prensa. Sofocarla económicamente. Asfixiarla. Privarla de publicidad. Clausurarla. Amedrentarla. Desaparecerla. Extinguirla. Ponerla contra las cuerdas. Avasallarla. Instalar una gris y servil uniformidad favorable al partido naranja.

Desde la óptica de Keiko y su séquito, la función de la prensa constituye una suerte de mayordomía que debe ejercerse sin chistar. Renunciar a la autonomía para agachar la cabeza y rendirle pleitesía a su majestad, la mandoncita. Porque a Keiko, como en sus tiempos a su padre, le encanta la prensa domesticada y debilitada y controlada y amordazada. Y a los periodistas chúcaros, pues a esos hay que reprimirlos y difamarlos e inventarles cosas. Esparcirles mentiras por kilos. Y si se puede, por toneladas. En eso son especialistas, hay que reconocerlo. Y en ello, todo hay que decirlo, el fujimorismo no ha cambiado un ápice.

El fujimorismo se sigue saltando a la torera las reglas del juego democrático. E impone las suyas, zurrándose en la legalidad. Lo de siempre, digamos. Y otra vez quiere manejarlo todo, como en los noventas. Quiere el Ejecutivo. Quiere el Congreso. Quiere el PoderJudicial. Quiere la ONPE. Quiere la prensa. Todo, ya lo dije.

 Y en el camino, para conseguirlo, violará todas las normas que tenga que violar, sin escrúpulos de conciencia, porque si de algo adolece el fujimorismo es de moral y de ética y de valores democráticos y de tolerancia. Eso va a pasar, créanme. Es más. Ya está pasando. Y si no nos ponemos moscas y en guardia, como ciudadanos, otra vez nos pasarán por encima.

La libertad de expresión está para eso, dicho sea de paso. Para enfrentarse al poder. Y ella, la libertad de prensa, es el oxígeno de toda democracia. La resistencia cívica tiene ahí siempre a su simiente. Pero claro. Si algo detesta el fujimorismo con todas sus fuerzas, ya adivinarán, es el periodismo contestatario e independiente.

Algo más dijo Augusto en esa entrevista que debe destacarse porque hay que estar atentos. Además de creer que el fin justifica los medios, la primera premisa en cualquier "plan de gobierno fujimorista”, algo que traman claramente de escamotear en esta oportunidad es la investigación fiscal que los vincula a Joaquín Ramírez, uno de los hombres más cercanos a Keiko y exsecretario general de Fuerza Popular y mecenas fundamental de las campañas fujimoristas. ¿Por qué? Porque esa investigación los puede llevar irreversiblemente a la figura del delito de lavado de activos. Y aquello, eventualmente, relacionará al fujimorismo con el narcotráfico.

Como recordarán los memoriosos, el narcotráfico y el fujimorismo nunca han sido extraños entre sí. Demetrio Chávez Peñaherrera, alias “Vaticano”, quien controlaba la zona cocalera del Huallaga, le pagaba 50 mil dólares mensuales al principal asesor de Alberto Fujimori, desde 1991 para que pudiera volar sus avionetas ahítas de pasta básica hacia Colombia.

Eran los tiempos de la autocracia y de la impunidad más asquerosa. ¿O ya olvidaron los 174 kilos de cocaína de alta pureza encontrada nada menos que en el avión presidencial de Fujimori, un DC-8 piloteado por el comandante Alfredo Escárcena Ichikawa, edecán del mismísimo jefe de Estado, para más señas? ¿O ya omitieron de sus memorias cuando en Vancouver, Canadá, un barco de la marina de guerra, el Matarani, fue descubierto con 120 kilos de cocaína? ¿O ya se desdibujó de sus cabezas el ampay al barco Ilo, que albergaba más de 60 kilos de coca encalentadazos a bordo con la venia de las autoridades de la época?

Como nunca había pasado antes, desde inicios de 1995, cerca de 300 oficiales del Ejército, varios de alta graduación, de acuerdo a una información de The Economist, se vieron involucrados en casos de narcotráfico. ¿También perdieron la cuenta de esos pasajes del gobierno de Fujimori?

Bueno. Hay más, les recuerdo a los amnésicos. Y evoco rápidamente esto solo para advertirles que la cosa se pondrá más fea de lo que ya está, si acaso dejamos y permitimos que el fujimorismo se imponga de nuevo a punta de tropelías y abusos y desmanes, pues esa es su forma de hacer valer sus salvajadas. Digo.