Hubo un tiempo en que a los venezolanos les iba muy bien y a algunos peruanos no tan bien. Y decidieron partir hacia Caracas, la tierra de los petrodólares y del futuro promisorio. Mi padre, mi madre y mis hermanos nos contábamos en este último grupo. Como para abrir trocha, mi viejo fue por delante para montar un bróker de seguros. Las cosas no salieron como pensó, lamentablemente, la relación con mi madre se deterioró, y mi padre terminó quedándose por allá, y nosotros por acá. Hasta que me lo traje, en 1993, luego de que la embajada y sus amigos me avisaron de que estaba con un cáncer terminal. Por eso, a Venezuela le tengo un cariño especial. Porque a mi padre lo acogió con los brazos abiertos y este decidió elegir Venezuela como su segunda patria.

 

Así las cosas, presenciar campañas xenófobas contra los venezolanos que han venido a refugiarse al Perú, huyendo del chavismo, no solo fastidia sino que da rabia. E indigna. Solamente el nacionalismo más rancio, ese que es capaz hasta de provocar guerras y asesinatos, suscita fenómenos como el que estamos contemplando. En opinión de Rosa María Palacios, mi vecina de arriba, la cosa está tan bien montada que parece un psicosocial. Y no lo descarto. Porque las mentiras burdas y descomunales, como catedrales, están a la orden del día, y las hay para todos los gustos.

 

“Van a votar a 400 mil venezolanos en las próximas elecciones”. “Le dan SIS a los venezolanos y a los peruanos no”. “Les están regalando puestos en el Estado”. “Todos los delincuentes de ahora son en su mayoría venezolanos”. “Los venezolanos le están quitando mano de obra a los peruanos”. “Los venezolanos tienen un sueldo mínimo especial”. "Los venezolanos tienen VIH". Y así en ese plan.

 

Xenofobia y nacionalismo son el anverso y el reverso de la misma moneda. Ambos enmascaran el chovinismo, el racismo y el dogmatismo exacerbado, los que se traducen en intolerancia y en extremismos. Y en una retórica febril preñada de falsedades.

 

Para comenzar, respecto de uno los embustes más propagados, como ha aclarado Rosa María, “solamente hay 28 presos venezolanos por delitos contra el patrimonio de un total de 70 mil internos en todo el Perú”. O como también ha precisado el congresista Alberto de Belaunde: Apenas 26 extranjeros votarán en octubre, de los cuales hay un venezolano que lo hará. Uno, y no 400 mil.

 

Pero la xenofobia y el nacionalismo son así. Rechazan y menosprecian lo ajeno, lo que viene de fuera, a pesar de la verdad. Y para ello apelan al estado de ánimo, a la patraña, al artificio, a lo rudimentario, a la pasión, al prejuicio, al miedo atávico, al acto de fe. Y por donde se les mire, son antidemocráticos, pues atacan la coexistencia en la diversidad, que es un principio esencial de la cultura democrática.

 

Finalmente, como diría Mario Vargas Llosa, “el inmigrante no quita trabajo, lo crea, y es siempre un factor de progreso, nunca de atraso (…) La inmigración de cualquier color y sabor es una inyección de vida, energía y cultura y que los países deberían recibir como una bendición”.

 

Los venezolanos están escapando de la hambruna y la desocupación, como lo hicieron los peruanos durante el primer gobierno de Alan García y durante el tiempo que que se instaló la guerra interna en el país. Solamente buscan un mínimo de dignidad y de seguridad. En consecuencia, tratémoslos como quisiéramos que traten a nuestros compatriotas en el exterior.

TOMADO DE LA REPÚBLICA, 12/8/2018