Tan sutil y silencioso como el pedo de un colibrí, de súbito el obispo sodálite José Antonio Eguren apareció en Roma, junto al papa, mostrando por ratos una sonrisa disecada, y por momentos una cara de víctima de una conspiración masónica y anticlerical y diabólica, que le difama, que le compara con el obispo chileno Juan Barros, y en ese plan.
Sabe dios qué le habrá dicho Eguren a Francisco en plan mártir de la iglesia. Pero podría apostar que fue a pedirle una suerte de espaldarazo vaticano. Para luego exhibirlo acá por todo lo alto, en tono solemne, meneando el incienso, y en ese plan.
“El Vaticano decreta que monseñor Eguren no tiene ninguna denuncia ante la Santa Sede, pues es un santo varón, y un estupendo pastor, y, cómo no, tampoco está implicado en ninguna investigación pendiente ante la Congregación para la Doctrina de la Fe”. O algo así esperaba conseguir, supongo.
Pero claro. En el Vaticano no hacen eso con nadie. Y menos en el contexto en que se encuentra la iglesia católica en estos momentos, que está más bien en plena Operación Fumigación. Miren, si no, lo que acaba de ocurrir en Chile. Acaban de eyectar a los sacerdotes pederastas Cristián Precht y Fernando Karadima.
Así las cosas, cuando el papa dijo que se acabó “la tentación de la verborrea”, por lo menos es algo que en Chile lo está cumpliendo a rajatabla. No tanto en el Perú, es verdad. Donde Luis Fernando Figari sigue viviendo en un departamentazo en Roma, a sus anchas. Como si no hubiese pasado nada. Tanto, que ni siquiera lo expulsaron del Sodalitium. Tanto, que ninguno de sus apañadores y cómplices y encubridores ha sido sancionado. Tanto, que víctimas como Martín Scheuch, en lugar de ser acogidas y resarcidas y tratadas con humanidad, son revictimizadas. Como hizo hace poco el obispo José Antonio Eguren en contubernio con la mismísima cúpula del Sodalicio.
Sin ningún escrúpulo por parte de Eguren y del actual Consejo Superior sodálite, filtraron a la prensa información reservada y privada de Scheuch con el propósito de usarlo de acuerdo a los intereses de Eguren. Así como se los cuento. Tal cual.
Me refiero al informe que se elaboró sobre Martín Scheuch, cuando fue reconocido como víctima del Sodalicio por la primera comisión investigadora convocada por la propia institución, comisión que actuó ad honorem y con total independencia, todo hay que decirlo. Dicho reporte fue entregado por Scheuch a la secretaría técnica de la comisión, y esta se la alcanzó a las autoridades sodálites, con el consentimiento de Martín, siempre y cuando se mantuviese la confidencialidad. El Sodalitium, con Alessandro Moroni a la cabeza, aceptó acatar estas reglas.
Pero ya ven. No solo se zurraron en el acuerdo, sino que el documento terminó en manos del obispo sodálite, quien lo hizo público en un medio de comunicación sin su venia, sorpresivamente, con el propósito de probar no sé qué. ¿No les parece eso una canallada? ¿Una manera cruel de mortificar a alguien que no ha hecho otra cosa que echar luces, contra viento y marea, desde hace más de cinco años, sobre una organización en la que se instauró una cultura de abuso de poder?
En lugar de pedir perdón y arrepentirse de sus clamorosas omisiones como miembro de la “generación fundacional” del Sodalicio, Eguren evade la respuesta humilde y pasa al ataque. Y prefiere salvarse a sí mismo, salvar su reputación, salvar el pellejo, salvar el culo. Justamente lo que el papa le ha pedido a sus pastores que no hagan: Guiarse por el orgullo herido.