Para entender al Sodalicio de Vida Cristiana y los casos de abuso, hay que ser conscientes de que estamos frente a una organización de características sectarias, cuyo diseño está basado en la verticalidad y el totalitarismo.

 

El Sodalicio es un cóctel de fascismo español, religión, misticismo oriental y la Guerra de las Galaxias. Si alguien ha visto la película Los hombres que miran fijamente a las cabras, entenderá mejor a lo que me refiero.

 

Porque a ver. Hay quienes luego de escuchar o leer testimonios como los que aparecen en la investigación que hicimos con Paola Ugaz, Mitad monjes, mitad soldados, se dicen a sí mismos: “A mí no me hubiera pasado eso”. “A la primera insinuación, les pego, o los mando a la mierda”. O los más benévolos, cuando toman contacto de primera mano con un exmiembro de una organización como el Sodalicio, preguntan: “¿Cómo pudiste aguantar tanto?”. Y asumen que hay algo en la persona que la hizo susceptible de caer en las garras de este tipo de gente.

 

Bueno. Yo fui parte de esa secta. Y cuando ingresé, no lo hice con la intención de que me controlen, ni mi aspiración en la vida era ser un dependiente mental, ni me gusta que me maltraten ni física ni psicológicamente.

 

Cuando me contactaron, yo era un adolescente. Un colegial que se creía un bacancito. Era, como todos los reclutados por el Sodalicio, un chico con necesidades de reconocimiento, de aceptación, de significación y de pertenencia.

 

Y eso lo aprovechan muy bien gente inescrupulosa como Figari y sus huestes. Pues apelan a una serie de trucos para engancharte. El misterio, promesas de salvación, te ofrecen certezas, "La Verdad" que el resto no ve “porque son unos imbéciles”. Y al final, te brindan una comunidad, una familia.

 

La manipulación psicológica, es decir, es una cosa del día a día en instituciones como el Sodalicio.

 

En mi caso, como el de muchos, el acercamiento consistió en irse ganando mi confianza, de a pocos. Los sodálites se te acercan con discursos que hinchan tu ego, expresándote su afecto desinteresado, diciéndote: “tú eres superior al resto, eres mejor que muchos, y, si quieres, podrías formar parte de un grupo de élite para cambiar el mundo, en plan revolucionario”. Juegan con tu autoestima. La inflan y la pinchan, según cómo vayas reaccionando al proceso de proselitismo.    

 

Progresivamente, en la medida que el adolescente va cayendo en las pequeñas trampas de persuasión, empieza un sendero de lavado de cerebro en toda regla, que aspira a manipular el pensamiento, controlar la conducta y, por cierto, las emociones. Bueno. Así ocurrió en mi caso. 

 

Esa suerte de reconstrucción de la conducta individual, luego se va engranando en algo mayor. En un pensamiento único. En un pensamiento de colmena.

 

¿Qué es lo que hacen los líderes sodálites para lograr este tipo de objetivos? Controlar la información y el medio en el que se desenvuelven sus prosélitos. Aislando a los sodálites o potenciales sodálites de quienes no lo son. Los sodálites o potenciales sodálites, a quienes se les ha adoctrinado con la idea de que nacieron con una “vocación especial” –la de ser sodálite- reciben constantemente indicaciones y órdenes y son amonestados cuando expresan dudas. Y poco a poco van perdiendo el sentido de la realidad.

 

Los sodálites son también alimentados con mantras, eslóganes, lemas, dogmas, frases, ideas-fuerza, axiomas, que apuntalan y refuerzan ciertas conductas que le interesan a los líderes sectarios cultivar.

 

La obediencia, por ejemplo. “La obediencia es la columna vertebral de la espiritualidad sodálite”. “El que obedece nunca se equivoca”. “La voz del superior es la voz de dios”. “El espíritu de independencia es muerte para la comunidad”. Y en ese plan. La idea es que no pienses, pues ellos, que saben lo que dios quiere para ti, ellos pensarán por ti.

 

Además de la obediencia, también se incentiva la culpa. Así como una especie de bullying colectivo que en el Sodalicio llaman “corrección fraterna”. O introspección. O “entrarle” al otro. Estas son, en buen romance,  agresiones psicológicas, y hasta físicas, que tienen como propósito quebrar al militante, para romperle el espinazo del libre albedrío. Los métodos son brutales. Y violentos. Y sistemáticos.

 

El culto a la personalidad, el enaltecimiento permanente del líder, al estilo Mao, o Stalin, o Hitler, o Franco, o Mussolini, o Abimael Guzmán, es parte del ADN sodálite. A Figari y a Doig y a otros jerarcas del Sodalitium, para que tengan una idea, se les atribuía poderes místicos, dones sobrenaturales al estilo de los X Men.

 

Figari, para que tengan una idea, tenía un don al que bautizaron como “diácrasis” y luego rebautizaron como “cardiognosis”, que era algo así como el poder de leer el alma a través de la mirada. Según Figari, al mirarte a los ojos era capaz de ver tus complejos, tus traumas, tus pecados, tu vocación.

 

Este proceso de lavado de cerebro se agudizaba en las comunidades sodálites, particularmente en las eufemísticamente denominadas “casas de formación”, que estaban ubicadas en el balneario de San Bartolo, al sur de Lima.

 

En ellas, la violencia física y psicológica ya no se solapaba. Las torturas, también denominadas “órdenes absurdas”, eran cotidianas y no se enmascaraban. Se aceptaban como parte del proceso de purificación, necesario para llegar a la santidad.

 

En líneas generales, al interior del Sodalitium ocurría lo siguiente con los militantes:

 

-     Se les apartaba de sus familias y se les inculcaba el odio hacia ellas. Particularmente, el odio se centraba en la figura del padre, el cual era reemplazado por las figuras paternas que ofrecía la institución. 

-     Se les mantenía desinformados de lo que ocurría en el mundo real.

-     Se controlaba sus tiempos, milimétricamente, en todo. El Gran Hermano era real dentro del Sodalicio.

-     Se vivía bajo un rígido régimen autoritario, vertical y totalitario.

-     La presión del grupo no permitía la crítica ni la diversidad de pensamientos.

-     Los lazos familiares se destruyen, porque, según su teoría, la familia sanguínea los ha deformado. Ha tenido que llegar el Sodalicio para rescatarlos y arreglarlos. Y se reemplaza la familia biológica por la sodálite.

-     La exigencia es inhumana.

-     Las horas de sueño son escasas.

-     A veces, la comida también.

-     Las humillaciones públicas son frecuentes. Se obliga a los miembros a confesiones íntimas, violentando sus conciencias.

-     La lealtad y obediencia deben ser ciegas, incondicionales, acríticas. Para conseguirlo, se apela a los castigos corporales, al sometimiento absoluto, a la anulación de la voluntad.

-     Se les obliga a aprender de memoria los discursos de Figari, de Doig y de otros líderes. Tienen que leer todos sus libros, rezar por ellos. Todo lo que hacen está bien. Se les debe dar trato de santos.

-     Está prohibido razonar. Hacerlo tiene consecuencias negativas (castigos, violencia física, y así).

-     Todos se visten igual, se cortan el pelo igual, se dejan la barba igual, y usan la misma jerga.

-     Se denigra todo lo que era uno antes, con latiguillos como “hay que matar a nuestro hombre viejo”.

-     El sexo se debe reprimir porque es el camino directo a la condena eterna. Y acá alguien se preguntará, con razón: pero ahí hay una contradicción respecto de los abusos sexuales. Mi hipótesis es que no la hay. Que es parte de la arquitectura institucional para abusar del poder en lo psicológico y lo físico, primero, y en lo sexual, después. No con todos, porque el Sodalitium es una fachada religiosa, muy bien diseñada y constituida por Figari y sus cómplices, que le ha permitido perpetrar abusos de todo tipo en compartimentos estancos durante largos cuarenta años. 

-     Se cultiva hacia dentro la delación y el espionaje.

-     Se intervienen las comunicaciones personales, como si se tratase de algo normal.

-     Se les miente descaradamente a los miembros del Sodalitium, se les oculta información gravitante, se distorsiona todo y se acomoda siempre la verdad de acuerdo a la conveniencia de los superiores.

 

Al final, se produce en las mentes de los reclutados algo así como el Síndrome de Estocolmo, porque uno termina identificándose con el agresor. Ello explica que muchos exsodálites todavía observen en la institución "muchas cosas positivas".

 

Como sea. Uno puede quedarse horas enumerando este tipo de cosas. Pero en resumen. Si no vemos a este tipo de personajes como Luis Fernando Figari como émulos de Charles Manson, Abimael Guzmán, Jim Jones, David Koresh o Adolph Hitler, nuestra aproximación al fenómeno no será la más certera. Salvo mejor opinión, claro.

 

Presentación en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Barranco, junto a Christopher Scanlon y Max Hernández, el 2 de octubre del 2017