Encubrir es ocultar una cosa. O evitar que se manifieste. Impedir que se sepa algo. Tapar. Conocer un hecho repudiable y silenciarlo. Enmascararlo. Disimularlo. Y a quien participa de semejante acto se le llama apañador, alcahuete, cómplice, encobador. O encubridor, ya saben.

 

Sé que no estoy diciendo ninguna novedad, pero resulta que hay quienes no parecen entender el concepto. Como, por ejemplo, el arzobispo de Piura y Tumbes, el sodálite José Antonio Eguren, quien niega en todos los tonos haber sido copartícipe de la cultura de abuso que se instauró en el Sodalitium Christianae Vitae desde que Luis Fernando Figari tuvo todo el poder. No solo ello, sino que encima rechaza haber maltratado a subalternos. Mas todavía. Recusa la mera insinuación de haber conocido abusos sexuales dentro de su institución.

 

Y fíjense. “Santiago”, el principal denunciante y víctima sexual de Luis Fernando Figari, publicó esta semana en su blog de La Mula un post inesperado y revelador. Hablando de tú a tú, le escribió a Eguren: “Si tú sabías de los abusos que Figari realizó conmigo, cuando yo era menor de edad (y tú bien sabes quién te lo pregunta) y, a pesar de ello, no has tomado alguna actitud contra esos abusos, ¿no es correcto llamarte encubridor?”.

 

Hay más, obvio. Porque en el Sodalicio, Figari no era el único depredador de la cúpula. También lo era Germán Doig, el discípulo amado del fundador. Y, según lo confirma la segunda comisión investigadora, también lo fue Virgilio Levaggi, el número tres de a bordo. Figúrense.

 

Resulta que, en 1986, al interior del Sodalicio se destapó un caso de abuso sexual perpetrado por Levaggi, el cual le fue comunicado a Figari, quien, en lugar de mostrarse preocupado, desechó la imputación. En consecuencia, el acusador alertó a Jaime Baertl y a Doig. Fue este último quien se ocupó del caso y le garantizó al denunciante que iban a enviar a Levaggi a un monasterio en Chile para que lleve una vida de oración y penitencia. Entretanto, Figari le comunicó a la cúpula y a su entorno más cercano lo que había ocurrido. Y como estrategia de control de daños y manejo de crisis, se informó al resto de la comunidad sodálite que Virgilio iba a ser reemplazado de sus funciones por un tiempo. “Por haber faltado gravemente a la obediencia”. Un eufemismo que cada quien interpretó a su manera, al punto que nadie sospechó de un evento de connotaciones sexuales.

 

¿Quiénes sabían de ello? Doig, Baertl, José Ambrozic, Alfredo Garland y José Antonio Eguren, entre los principales. Este meollo de sodálites que formaba la crema de la estructura vertical y totalitaria conoció con pelos y señales la verdad. Pero ninguno de estos jerarcas denunció jamás el hecho ante las autoridades civiles. Ni siquiera lo hicieron ante las autoridades eclesiásticas. Y Levaggi, qué creen. Jamás fue expulsado de la institución. Se fue un día de 1987, libremente, pese a los intentos denodados de Figari por retenerlo, llevándoselo incluso de viaje a Europa, ofreciéndole gollerías y qué sé yo. Hoy por hoy, vive una jubilación dorada en Madrid, gracias a su condición de exfuncionario de la OIT. Presumo que la OIT, de acuerdo a sus altos estándares éticos, jamás lo habría contratado de haber conocido esa parte de su biografía.

 

Pero ya ven. Hay depredadores con suerte. Que jamás fueron procesados en su momento porque tuvieron gente que los encubrió. Y Eguren formó parte de ello aunque lo niegue. Hay concluyentes testimonios que lo desmienten.   

 

Tomado de La República, 4 de noviembre del 2018