Junto a Hannah Arendt, quien llevaba las credenciales de The New Yorker durante el proceso que se le siguió a Adolph Eichmann en Jerusalén, estaba el periodista holandés y escritor Harry Mulisch, hijo de madre judeoalemana y de padre austríaco. Mulisch también escribió un libro sobre su vivencia en el juicio a Eichmann, en 1961.

 

“El arrepentimiento es cosa de niños” es una de las frases del nazi que consigna Mulisch en sus primeras páginas, pues le indignó sobremanera cuando respondió eso a la pregunta de si se arrepentía de su responsabilidad en la muerte de millones de judíos. “Quien habla es una persona perversamente irreal, alienada de sí misma”, describió Mulisch a Eichmann.

 

Mulisch, más narrador y menos filósofo que Arendt, nos cuenta otros pasajes que son pasados por alto en Eichmann en Jerusalén. Por ejemplo, el hecho de que cuando lo secuestraron a Eichmann en Buenos Aires, en 1960, los agentes israelíes lo trasladaron a una casa a las afueras de la ciudad. Allí lo desvistieron y lo primero que hicieron fue comprobar si llevaba el distintivo de las SS debajo de la axila izquierda. En ese lugar había una cicatriz: “Eichmann había intentado eliminar por sí mismo el tatuaje con un cuchillo”.

 

También cuenta detalles de la infancia de Eichmann, quien nació el 19 de marzo de 1906 en Solingen. Cuando tenía nueve años, su madre murió y su padre decidió emigrar a Linz, Austria, donde junto a sus tres hermanos y su hermana fueron criados por una tía. “Dicen que no tenía amigos y que prefería quedarse solo, enfrascado en la lectura (…) a menudo se burlaban de él, llamándolo judío, debido a su tez oscura y su nariz grande”.

 

Asimismo recuerda cuando Himmler creó en 1931 el Sicherheisdienst (SD: Servicio de Seguridad) y le dio el mando a Reinhard Heydrich, entonces un oficial de veintisiete años que había sido expulsado de la marina por negarse a contraer matrimonio con una joven a la que embarazó. “Este personaje siniestro y aun hoy subestimado fue seguramente el más genial de todos los nazis–incluidos Himmler y Hitler- que estaban bajo su influencia”.

 

Heydrich fue quien separó al SD de las SS, convirtiéndolo en un aparato que controlaba sobre todo al partido nazi. “Este ‘cerebro’ del partido permitió a Hitler deshacerse de sus rivales. El 30 de junio de 1934 (‘La noche de los cuchillos largos’), Hitler ordenó asesinar a Röhm, que se había vuelto inútil, y durante semanas seguidas, las SS de Himmler eliminaron a miles de adversarios de Hitler tanto dentro como fuera del partido, guiadas por el ‘ojo que todo lo ve’ del SD. Eso dejó a la SA fuera de combate y despejó el camino de Himmler y Heydrich hacia un poder casi absoluto”.

 

Mulisch relata de igual forma cómo Eichmann descubrió de repente que la cocinera de Hitler, que había sido durante un tiempo su amante, era media judía. “Eichmann se distinguía por su obediencia, diligencia y puntualidad”. Y en 1937, presentó su solicitud para poder proseguir sus estudios de hebreo bajo la dirección de un rabino, por un costo de tres marcos la hora. Pero Heydrich le denegó la solicitud con el argumento de qué podía enseñarle un judío a un nacionalsocialista. Pero Eichmann quería a toda costa especializarse en asuntos judíos. Tanto, que fundó un “museo judío” para el SD y leía todo lo que encontraba sobre el judaísmo. “Solía decirles a los judíos con los que traté que, de haber sido judío, yo habría sido un sionista fanático. De hecho, habría sido el sionista más apasionado que queda imaginar”, habría dicho Eichmann poco antes de su secuestro en Argentina.

 

Mulisch revela cómo la organización neonazi internacional ODESSA (Organisation der SS-Angehörige) sacaba clandestinamente a criminales de guerra. A través de ella es que Eichmann habría llegado a Roma, en la primavera de 1950, disfrazado de monje. Y es ahí, en el Vaticano, donde habría obtenido un pasaporte de refugiado a nombre de Ricardo Klement. “Unos días más tarde disponía de un visado argentino y en julio desembarcaba en el país de Juan (Domingo) Perón. Contando siempre con el apoyo y la protección de la poderosa organización clandestina de los nazis, Eichmann empezó a trabajar para una gran empresa contratista en la frontera con Chile, y en 1952 obtuvo dinero para llevar a su familia (…) Sin embargo, cuando Perón se vio obligado a huir de Argentina ODESSA perdió poder; Eichmann trabajó en una granja dedicada a la cría de conejos, abrió una pequeña lavandería que tuvo que cerrar debido a la competencia china y finalmente consiguió un empleo como mecánico en una fábrica de Mercedes-Benz”.

 

En la historia de Mulisch hay detalles sobre el clima político y mediático en Jerusalén. “Lo único que se debate es la competencia de Israel para juzgarle”. “Casi todos están en contra de la pena de muerte para Eichmann, pues no sería prudente”. También aporta datos sobre el ambiente dentro del local en el que se llevaba adelante el proceso. “Firmamos una declaración por la que nos comprometemos a someter todos los textos que no tengan que ver con Eichmann a la censura militar”. “En las paredes hay orificios detrás de los cuales se esconden las cámaras de televisión”. Desde su sitio, Mulisch podía advertir el temblor de las manos tiesas y torpes de Eichmann.