Vayamos al grano. Y el grano es que Luciano Revoredo y su pasquín reaccionario me han armado una historia lisérgica, que, para mi sorpresa, algunos han comenzado a repetir como loros. Que quiero destruir a la iglesia católica. O que soy un peón “en una estrategia mayor” impulsada por el odio contra el catolicismo. Y en ese plan. Todo esto sazonado, por cierto, con medias verdades. Y mentiras colosales.

 

Pues ahora resulta que soy el responsable de la caída en desgracia de la fiscal María del Pilar Peralta Ramírez, lo cual es falso. Que el proceso disciplinario que se le siguió se logró debido a mi supuesto “vínculo directo” con el entonces Fiscal de la Nación Pablo Sánchez, lo cual es falso. Que sigo una agenda, en la que estaría escrito, según Revoredo, lanzar “ataques a Monseñor José Antonio Eguren”, lo cual es falso. Que habría pedido una audiencia con el papa, lo cual es falso. Que he chantajeado al nuncio, lo cual es falso. Que junto al congresista Alberto de Belaunde nos hemos embarcado en una campaña contra el cardenal Juan Luis Cipriani, lo cual es falso. Que lo que me mueve en todo esto es “la rentabilidad económica”, lo cual es falso.

 

Lo inquietante en este caso es que para tratar de dar sustento a estas teorías de la conspiración, propalan correos privados, obtenidos de forma no esclarecida. “A los que tuvimos acceso”, indica como si nada el onanista Revoredo, quien parece convencido de los embustes que evacúa en su portal carca y desaforado y difamatorio.  

 

“Simplemente aclare sus intenciones y deje de mentir”, me emplaza con desplantes de energúmeno, tratando de enlodar con disparates y majaderías e insinuaciones alacranescas. Y la verdad es que mis intenciones siempre han sido explícitas: que se esclarezca toda la verdad en el Caso Sodalicio y conseguir justicia para las víctimas.

 

Y respecto de mi condición de “peón de una conjura más grande”, o algo así, si se refiere a mi colaboración con activistas y sobrevivientes que luchan coordinadamente en el ámbito internacional a favor de la justicia para las víctimas de abusos sexuales por parte de religiosos de la iglesia católica, esta la he contado aquí mismo (1º de octubre del 2017), cuando fui contactado por la norteamericana Barbara Blaine, y he propalado sendos artículos en este papel y en La Mula, en los que hablo sobre la admirable labor de algunos de ellos, como Alberto Athié, Juan Carlos Cruz, Jose Murillo, Peter Saunders, entre otros. También pueden encontrar más referencias en mis libros El Caso Sodalicio, Vol. 2 y El Caso Sodalicio, Vol. 3. Este último, para más señas, está dedicado a mis amigos de Ending Clergy Abuse (ECA), “por ser valientes e infatigables en la búsqueda de la verdad y de justicia”.

 

Participé en sus inicios porque su misión siempre me pareció encomiable e intachable. Pero no soy un colaborador activo de ECA, debo confesar. Ni “peón” de nada ni de nadie. Eso sí. Exigir que la iglesia rinda cuentas sobre los abusos sexuales perpetrados por sus clérigos y consagrados, me parece una iniciativa plausible y necesaria. Es más. Celebro que el tópico de los abusos se haya convertido en un tema crucial del pontificado de Francisco, cuyos esfuerzos he reconocido públicamente, y en más de una ocasión. El encuentro de febrero, por ejemplo, no tiene precedentes. Y muestra cómo el papa ha convertido este tema en una prioridad para el Vaticano.  

 

Sé que condescender a desmentir a este tipo de personajes maldicientes es totalmente inútil. Haré la excepción esta vez.


Tomado de La República, 2 de diciembre del 2018