Alessandro Moroni, jefe del movimiento creado por Luis Fernando Figari, le explica al parlamentario Alberto de Belaunde el trabajo de las dos comisiones nombradas por el Sodalicio, así como todas las acciones seguidas institucionalmente por las autoridades de la organización católica peruana luego de las escandalosas revelaciones.

  

Habrían transitado por ambas comisiones noventa y nueve personas. De estas noventa y nueve, setenta y siete serían reconocidas como víctimas de abusos físicos, psicológicos y sexuales. Veinte de este grupo fueron identificados como abusados sexuales cuando fueron menores de edad. Veinticuatro de manipulación sexual. Dieciocho de abuso físico y psicológico. Y otros quince agraviados por distintas causas.

 

Las víctimas reparadas, en total, habrían sido sesenta y siete, según Moroni. Cinco personas rechazaron lo que se les propuso como reparación. El monto que cita Moroni en reparaciones ascendería a cerca de cuatro millones de dólares. Los cinco sodálites identificados como los principales abusadores son Luis Fernando Figari Rodrigo, Germán Doig Klinge, Virgilio Levaggi Vega, Jefferey Daniels Valderrama y Daniel Murguía Ward.

 

“Ha sido una realidad muy compleja y muy dura”, advierte Moroni luego de cerrar su presentación inicial ante el Congreso. “Fue difícil la toma de conciencia y ha sido paulatina, y con penosas resistencias de muchos de nosotros (…) pero creo que ahora estamos andando por el camino adecuado, y queremos colaborar para que esto no vuelva a ocurrir”, remató el superior del Sodalicio.

 

El legislador De Belaunde, quien exhibe una paciencia de santo y lleva interminables horas escuchando  historias de todo tipo para tratar de comprender lo que pasó en dicha organización católica, vuelve a tomar la batuta. “¿Por qué creen ustedes que ocurrieron estos abusos al interior del Sodalitium? ¿Qué elementos permitieron esto?”, interroga. “La propia personalidad y patología del iniciador del movimiento, Luis Fernando Figari”, responde Moroni. Porque a su “padre espiritual”, actualmente caído en desgracia, ahora le dicen “iniciador”, figúrense, y ya no fundador, porque les da vergüenza, supongo.

 

Acto seguido, interpreta que la juventud de los miembros, la estructura férreamente jerarquizada, la obediencia, habrían sido “el caldo de cultivo de estos hábitos que causaron mucho daño”. También apela a que el contexto histórico del ámbito educativo no era el mismo que el de hoy. Lo dice como para bajarle dramatismo al tópico. O a eso suena. A subterfugio.

 

Alberto de Belaunde inquiere sobre las primeras denuncias de José Enrique Escardó, en el año 2000. Moroni replica que las recibió como “ataques”, como el de un enemigo que pretendía atacar a la iglesia católica. Porque ellos, los sodálites, siempre se han creído que encarnan al catolicismo mejor que nadie. “No había una valoración clara del sufrimiento de las personas”, suelta a manera de justificación.

 

“¿Usted también se considera víctima de la organización?”, le pregunta a boca jarro el congresista al superior sodálite. Moroni, algo desconcertado, pidió la reformulación de la incógnita. Su respuesta fue un tanto enrevesada, la verdad, porque no esperaba una pregunta de carácter personal, quizás.

 

“¿Cómo fue la primera lectura del informe de la primera comisión?”, pregunta De Belaunde. “Fue durísimo. Fue brutal”, evoca Moroni. “Muchos no se sintieron identificados con ese primer informe”, enfatiza. Porque así fue. Tanto, que a las pocas horas de propalado el reporte en la web, les cuento, el propio Moroni ya estaba llamándolo “sesgado” en su muro de Facebook. Lo mismo hicieron los curas sodálites Jaime Baertl y Juan Carlos Rivva. Los tres señalaban un “sesgo”. Una inclinación. Un cariz. Un sentido. Moroni, Baertl y Rivva eran incapaces de verse reflejados en su propio espejo. La pregunta que sigue flotando en el aire es: ¿Y ahora, qué tanto han cambiado?

Tomado de La República, 6 de enero del 2019