Estoy en Roma. Esta semana participé en una reunión entre víctimas de abusos por parte de sacerdotes y los organizadores de una cumbre contra la pederastia clerical que empezó este jueves en el Vaticano. Estuve con Charles Scicluna, arzobispo de Malta e investigador de crímenes sexuales al interior de la Iglesia Católica. A continuación, mi testimonio ante el Vaticano:


Mi nombre es Pedro Salinas y vengo del Perú. 

Cuando tenía 16 años fui captado por el Sodalicio de Vida Cristiana, una organización católica peruana fundada por Luis Fernando Figari en 1971.

No soy una víctima sexual, pero cuando viví en las comunidades de Sodalicio padecí maltratos físicos y psicológicos, cuyas secuelas se mantienen hasta el día de hoy.

Una vez Figari me quemó el brazo, dejándome inutilizado algunas semanas. Y de forma sistemática, desde que ingresé a los denominados “centros de formación” (un eufemismo que servía para nombrar a las casas donde se formateaba mentalmente a los adeptos y se les lavaba el cerebro como lo hacen las sectas destructivas), intervinieron durante los años 1985 y 1986 las cartas que mi padre me enviaba desde Caracas, Venezuela, donde él vivía. Bajo la orden de Figari me hicieron creer que mi padre se había olvidado de mí y que me había abandonado, y en consecuencia, debía odiarlo, dinamitando y destruyendo la relación con él durante muchos años. Me enteré de ello por mi propio padre, en 1993, cuando fui a buscarlo a Venezuela al enterarme de que tenía un cáncer terminal.  

Luego de salirme del Sodalicio me hice periodista. Y hacia fines del 2010 me buscó un exsodálite para contarme que había sido víctima sexual de Germán Doig, el número 2 de la organización, fallecido en el 2001 y cuyo proceso de beatificación se había iniciado al poco tiempo de morir.

Ese testimonio dio inicio a una investigación periodística que hice junto a mi colega Paola Ugaz y nos tomó cerca de cinco años. La publicación de ese libro titulado Mitad monjes, mitad soldados (que lleva el sello de Planeta y se propaló en el 2015) tuvo el impacto de un meteorito sobre la institución de Figari y sobre la iglesia católica en el Perú, gatillando la mayor crisis de reputación en toda su historia.

Actualmente, gracias a los testimonios de las víctimas que se atrevieron a denunciar, la organización de Figari está siendo investigada en el Ministerio Público y en el Congreso de la República, pues luego del lanzamiento del libro comenzaron a surgir nuevas acusaciones de abusos sexuales, maltratos físicos y psicológicos, e incluso de “esclavitud moderna”.

Lamentablemente, el rol de la iglesia católica en esta historia ha sido patético. Las autoridades eclesiásticas declararon frases huecas y demagógicas; y todo lo que hicieron desde Lima hasta el Vaticano fue perdonar la vida a Figari y a su movimiento. Los encubridores fueron protegidos y la institución, en lugar de ser disuelta, sigue existiendo con cambios cosméticos.

¿Por qué sigue existiendo una organización que protege a los encubridores de abuso y con el aval de la iglesia?

Ante esta blanda actitud de la iglesia frente al Sodalicio, el principal obispo sodálite José Antonio Eguren Anselmi, uno de los siete arzobispos que hay en el Perú, nos ha querellado a Ugaz y a mí por una supuesta “difamación agravada”, con argumentaciones absurdas e irrisorias, pretendiendo que nos encarcelen tres años y le paguemos la suma de 61 mil dólares cada uno.

Para terminar. Yo soy agnóstico gracias al Sodalicio, el principal obispo sodálite. Sin embargo, luego de ver todo lo positivo que ha ocurrido en Chile, quisiera creer que la tolerancia cero puede ser real y tangible. Lamentablemente, los pastores del Papa no lo están acompañando.

En este sentido, sería bueno que esta cumbre sobre los abusos sexuales del clero se institucionalice, algo parecido a una Comisión de la Verdad, que sea conformada en aquellos países donde la iglesia católica tiene presencia y sea constituida no sólo por clérigos, sino también por miembros de la sociedad civil.