¿Por qué se erigió una cultura de abuso de poder al interior de una organización católica como el Sodalicio, durante cerca de cuarenta años? Porque muchos de sus integrantes fundacionales no supieron distinguir el mal, y simplemente lo aceptaron como algo “normal”. Otros, no lo supieron evitar. Y claro. Hubo quienes no supieron combatirlo. El formateo mental funcionó en ellos, como en el resto de adeptos que se fueron uniendo a este movimiento sectario.

 

Hay sodálites que, mirando las cosas en retrospectiva, han admitido esto. A regañadientes, obviamente, pero se han esforzado en aceptar el lavado cerebral del que fueron víctimas y las mentiras que vivieron. No pocos han optado por retirarse. No obstante, existen también los que han callado o pretenden simular que no tuvieron nada que ver con lo ocurrido. Como Jaime Baertl. O José Antonio Eguren. O Alfredo Garland. Y si me preguntan, el negacionismo a estas alturas es complicidad.

 

Una señal clarísima de este negacionismo con sabor a vendetta son las querellas del obispo sodálite José Antonio Eguren contra Paola Ugaz y contra el arriba firmante. Porque a ver. Las demandas solo exhiben argumentos melindrosos, esperpénticos y forzados, que apostatan de lo evidente, llevando la contraria de lo irrefutable. Como los esposos infieles, hay sodálites que niegan la verdad en todos los tonos.

 

Al punto que ahora hasta atacan a quienes osen solidarizarse con nosotros. Como sucedió recientemente con el sacerdote jesuita Rafael Fernández Hart, SJ, en la web de RPP. “No imagino un final más irónico e infeliz para esta historia que una condena a dos personas que, aunque desde fuera de la Iglesia, han tenido el coraje de hacer ver lo que no se quería ver. ¿Cómo es que hemos llegado a una situación como esta en la que quien señala el bien es o puede ser condenado?”, dijo el clérigo, y, acto seguido, los lamebotas del arzobispo se le fueron encima con modales de Terminator. “Mentiroso”. “Está desinformando”. “No parece jesuita”. Y en ese plan.

 

Como sea. En lo que a Pao y a mí se refiere, agradecemos al padre Fernández y a todos quienes nos han expresado su respaldo ante este intento por amordazarnos. Lamento que por opinar sobre nuestro caso algunos hayan recibido navajazos y escupitajos y adjetivos chirriantes.  


Tomado de La República 17 de marzo del 2019