Ese es el mensaje. Así de claro. Y de grosero. Presiones, campañas de descrédito, amenazas, cartas notariales, demandas penales, eran características inconfundibles a la hora de enfrentar a sus “enemigos”. Algunos ilusos pensamos que ese estilo bravucón iba a mitigar algo. Pero no.

 

No cambiaron nada. En su esencia siguen siendo lo mismo. Sicomatones. Arrogantes que se sienten dueños de la verdad. Intolerantes exaltados que se creen intocables.

 

A partir del 2000, por ejemplo, le echaron toneladas de barro con ventilador a José Enrique Escardó, el primer exsodálite que osó levantar la voz. Luego pretendieron amedrentar al periodista Diego Fernández-Stoll debido a un reportaje que elaboró para el programa que dirigía Cecilia Valenzuela, en Canal N, en el 2001.

 

Más tarde le tocó el oftalmólogo arequipeño Héctor Guillén. Y el negacionismo todoterreno fue su eterna bandera. El sodálite Erwin Scheuch, durante años uno de los rostros más visibles de la institución, en diversas oportunidades apostató de lo que ahora sabemos fue una verdad clamorosa. Desdeñó los abusos físicos y psicológicos. Por su parte, el cura Jaime Baertl, en sus contadas declaraciones ante la prensa ponía en duda lo que años después se confirmó. El Sodalitium “no es una secta”, le dijo a este diario en diciembre del 2002. Y qué creen, sí lo era.

 

“Nosotros, en el Sodalitium, no separamos a la familia, ni tenemos un sistema represivo”, le soltó a la periodista Doris Bayly en Somos. Y miren. Ese fue uno de sus modus operandi durante décadas. En el 2011, a propósito de la revelación de la doble vida sexual de Germán Doig (1957-2001), esgrimieron en un mentiroso comunicado: “Actos graves como estos conllevan un proceso de expulsión del Sodalicio”. Y ahora nos enteramos que ello jamás ocurrió en el caso del Número Tres de abordo, Virgilio Levaggi, quien se retiró tranquilamente de la asociación durante 1987. Levaggi abusó sexualmente de algunos de sus subordinados, pero jamás lo desterraron.

 

Sin ir más lejos, ya saben lo que pasó con el propio Figari. Nada. No pasó nada. Figari sigue siendo sodálite y vive como un pachá en Roma. La culpa, obviamente, la tienen las autoridades eclesiásticas designadas para investigar. José Rodríguez Carballo, Fortunato Pablo Urcey, Joseph Tobin, Noel Londoño, entre los principales. (Continuará)

La República, 14 de abril del 2019