Envalentonados y empoderados por la impunidad que ha favorecido a los sodálites encubridores hasta ahora, la justicia peruana -como ha descrito bien el exprocurador anticorrupción Ronald Gamarra en el semanario de César Hildebrandt- “acaba de emitir la primera sentencia del Caso Sodalicio”. Y el primer escarmentado, qué creen, es el arriba firmante, autor de la denuncia de los abusos en dicha institución católica y peruana.
Un año de prisión suspendida, ciento veinte días multa, y nada menos que la friolera de ochenta mil soles de indemnización es lo que tengo que pagar. Por dos cosas, fundamentalmente. Primero, por utilizar una metáfora (“el Juan Barros peruano”) que no le gustó al arzobispo sodálite José Antonio Eguren, pese a que, insisto, le calza como un guante. Juan Barros, como Eguren a Figari, fue uno de los hombres más cercanos al célebre pederasta chileno Fernando Karadima. Y Barros, como Eguren, participó en los maltratos psicológicos a subalternos. Finalmente, Barros, como Eguren, contribuyó con su líder en la edificación de una cultura de abuso, autoritaria y vertical.
Segundo, por decir: ojo, además de lo anterior aparece como “presunto implicado en un caso de tráfico de terrenos”, pues ello lo vi en una documentada nota de Al Jazeera y lo leí en la solvente investigación El origen de la hidra, de Charlie Becerra. Por eso he sido condenado. Por quítame estas pajas, es decir. Por opinar y por citar fuentes periodísticas, si no quedó claro. ¡Por citar! ¿Pueden creerlo? Por eso.
Y ahora le toca a la coautora de las denuncias. A mi colega y amiga Paola Ugaz. Por absurdos parecidos. Por escribir siete tuits y porque le achacan algo que nunca fue: productora periodística del citado reportaje The Sodalitium Scandal. Y luego piensan arremeter contra el expolicía Pedro Zapata Montesa, cuyo hijo fue asesinado por la banda La Gran Cruz, cuyo testimonio aparece en el documental televisivo y en la publicación de Becerra. Y más tarde se desquitarán contra los pobres comuneros de Catacaos. Y después será contra todo aquel que ose señalarlos con el dedo, como ha amenazado un video propalado por los colegios del Sodalicio.
¿Por qué ocurre todo esto? Porque el Sodalicio debió ser disuelto, y la iglesia decidió perdonarle la vida.
La República, 21 de abril del 2019