Me van a perdonar, pero es difícil creer que el sodálite José Antonio Eguren haya reculado en la persecución judicial contra mí y contra Paola Ugaz por “la unidad del Cuerpo Místico de Cristo”, como arguye en su comunicado. Trato de desmenuzar cada punto de su justificación y solo encuentro frases altivas y oraciones desdeñosas.

 

Pareciera sugerir que, a pesar de haber ganado el juicio prefirió ser magnánimo, e insiste en que lo agravié, lo cual es totalmente falso. Me reafirmo en que la metáfora del “Juan Barros peruano” le sigue calzando como un guante y que participó de la cultura de abuso de poder al interior del Sodalicio. No dejaré de decirlo porque es verdad y está documentado. Tanto, que, pese a la retrechada de Eguren he continuado con el proceso, cumpliendo con presentar mi alegato de defensa ante el Tribunal de Apelaciones de Piura. Si me preguntan, hubiera preferido seguir con el juicio.

 

Porque la ridícula y absurda sentencia que criminalizaba mis pareceres solo valoraba la posición de Eguren. Porque desconocía arbitrariamente todas las pruebas que ofrecí. Porque calificaba como “rumores” evidencias y testimonios contundentes. Porque atentaba groseramente contra la libertad de expresión y de opinión. Y en ese plan.

 

Pero algo pasó entre el lunes 22, cuando la jueza Judith Cueva Calle dictaminó mi condena y el abogado de Eguren declaraba que iba a pedir que eleve la suma de la indemnización porque 80 mil soles le parecía poca plata, y el miércoles 24, cuando súbitamente se echa para atrás. ¿Qué sucedió? No lo sé. Debió tratarse de algo sumamente serio que asustó a Eguren, al punto de ponerlo contra las cuerdas. ¿Habrá sido una llamada del Vaticano? ¿Se habrá enterado de que cabía la posibilidad de ser destituido?

 

El caso es que, con su “desistimiento” (y a ver si les queda claro a los turiferarios de Eguren), según el constitucionalista Aníbal Quiroga, es como si nunca hubiese existido la querella. “Es la renuncia unilateral y perpetua a la pretensión demandada”, dice. Es cosa juzgada a favor de Pao y de mí. La sentencia desaparece. Nunca se dio. Un “desistimiento” es un desandar lo andado de manera irrevocable, si no quedó claro. Y a ver si se lo explican a esas oscuras mediocridades que zumban por ahí por un plato de lentejas.  

                                                               Tomado de La República, 28 de abril del 2019