El miércoles 24 de abril, el arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren Anselmi, miembro de la “generación fundacional” del Sodalitium Christianae Vitae (SCV), presentó ante el Primer Juzgado Penal Unipersonal de Piura una solicitud de “desistimiento” (sic) que extinguía el proceso que emprendió contra mí, como si nunca hubiese existido. Lo hizo, según un comunicado del arzobispado, por “la unidad del Cuerpo Místico de Cristo”.

 

¿Qué significaba aquella frase críptica? No lo sé. Puedo hacer conjeturas, pero lo cierto es que algo pasó entre el lunes 22, cuando en Piura su abogado y los allegados al arzobispo celebraban el estrafalario fallo condenatorio, dictado por la jueza Judith Cueva Calle, y ese miércoles 24. ¿Qué sucedió exactamente? Tampoco lo sé. Pero, de hecho, fue algo importante que obligó al obispo sodálite a tomar esa tajante decisión. Tampoco me queda claro qué pasó realmente. Pero que ocurrió algo que lo asustó, y lo hizo sentirse entre la espada y la pared, no me cabe la menor duda. Sus aduladores especularon sobre una “conspiración jesuita” que pretendía destituirlo. No me consta, la verdad.

 

Sí me consta, porque me acabo de enterar, que luego de anunciar su recule en mi caso, informó que iba a hacer lo propio con Paola Ugaz, y ello no se ha producido todavía. Eguren desistió de continuar con la querella contra Ugaz por las mismas razones que esgrimió en mi caso, dijo en otro comunicado, pese a que su abogado dio a entender dos días antes que eso estaba por verse. O algo así.

 

Lo pongo en negro sobre blanco, por si acaso, ya saben. Lo que pasa es que, conociendo al personal, no vaya a ser que se olviden de formalizar el trámite y el proceso contra Pao siga abierto, como un ajuste de cuentas pendiente. Aunque prefiero creer que es el Poder Judicial el que se está demorando, como es su costumbre, que esa es otra.

 

Pero no deja de sorprender que un trámite que, en mi caso, no duró ni veinticuatro horas, en el de Pao ya han pasado dos semanas y media, y naranjas Huando. No ha pasado nada, es decir.

 

Resumiendo: quiero creer, de buena fe, que esta demora tiene que ver con el sistema judicial infame que tenemos, y no con una malévola intención que desafía la sensatez y la palabra empeñada.  

                                                              Tomado de La República, 12 de mayo del 2019