Pues resulta que tengo dudas sobre la conveniencia o no de una Ley de Cine. Y que conste que, como a muchos, me encanta el cine peruano, pero no es menos real que a tantos más les da por consumir mucho cine malo. Es la verdad. Eso suscita que las salas les den prioridad a ese tipo de filmes. En consecuencia, hay que educar al público. Desde los hogares, los colegios, las universidades. Y desde la crítica en los medios de comunicación. Al mejorar el nivel cultural, mejorará no solo el cine, sino también el buen teatro, la literatura, y el arte en general. Pero claro. Como escribió García Márquez, a mediados de los cincuentas, en las páginas de El Espectador: “Para las malas películas habrá siempre público. Para las buenas, no siempre”.

 

En el fragor del debate, leí por ahí las declaraciones del cineasta Joel Calero, director de la magnífica película La última tarde. Calero cree que el Estado debe financiar la cinematografía peruana porque es una manera de “revalorizar la cultura”. Matices más, matices menos, el resto de Poniente apunta a lo mismo. A que si el Estado no interviene en la industria local, el cine peruano estará condenado a languidecer. En consecuencia, el cine nacional debería someterse a un régimen diferente del resto de productos culturales.

 

Creo en la buena fe de quienes piensan así, y desconfío más bien de quienes se oponen simplemente porque asumen que esta Ley “premiaría a los amigos del premier (el actor y director Salvador del Solar, creador de la extraordinaria Magallanes). Me refiero a los fujimoristas, que, para variar, solo ven “amiguismo” y son incapaces de ver y pensar aunque sea un pelín. Ya saben. El ladrón cree que todos son de su misma condición.

 

Otros prefieren culpar a la economía de mercado, la que, evidentemente, determina la popularidad, pero no la calidad de un producto. Y popularidad y calidad no necesariamente van de la mano. Eso sí. Lo que el mercado exhibe en estos casos es el nivel cultural del Perú. Ergo, la clave está en la educación, no en los subsidios.

 

En buen romance, lo que le falta al cine peruano no es más nacionalismo, sino políticas tributarias e incentivos que involucren y motiven a las empresas a participar en el financiamiento y la producción de pelis que dinamicen la actividad de la industria.  

                                                                 Tomado de La República, 19 de mayo del 2019