Una caricatura puede –y debe- ser tan corrosiva como la baba de Alien. Esa es su razón de ser. Ir a la yugular como lo hace un vampiro. Atrapar la coyuntura en una viñeta. Captar las inconsistencias de los poderes fácticos y exponerlas de forma burlona, socarrona, sarcástica. E incluso hiriente. Porque debe jalonar sonrisas e incomodar al mismo tiempo. Debe criticar al poder y sus vicios.
Esto, que para muchos es obvio, no lo es tanto para otros, que son de la idea que el humor debería tener límites y consideraciones al abordar determinados tópicos. Lo acabamos de ver hace unos días, luego de la publicación de un dibujo de Carlín, indiscutiblemente el papa peruano de los humoristas gráficos, en la que aparece la fujimorista Rosa Bartra, en plan dominatrix, sentada sobre la espalda del premier Salvador del Solar, ironizando respecto del debate en torno a la reforma política.
La intolerancia reventó en Twitter por cortesía de los fujitroles, quienes, adivinarán, odian a Carlín. Insultos incalificables y procaces inundaron las redes. Los más modositos criticaban la “violencia contra la mujer”, y sandeces por el estilo. Martín Scheuch, un peruano que reside en Alemania y autor del blog Las líneas torcidas, intervino en la discusión con un hilo en Twitter, muy comentado, donde mostró una diversidad de ejemplos sobre sátiras feroces contra Angela Merkel, además de fotografías de carnavales celebrados en Colonia y Dusseldorf, donde los carros alegóricos desfilan con muñecos gigantes, centrados en figuras políticas contemporáneas, en los que las metáforas de contenido sexual se exhiben sin escandalizar a nadie.
Resumiendo. Carlín posee el don mutante de hacer de sus reconocibles trazados artefactos contundentes que golpean más fuerte que un río cargado de palabras. Sus viñetas son tan punzocortantes como el más filoso artículo de opinión. Su trabajo claramente está orientado a desnudar el poder, siempre con una pizca de genialidad.
Su humor les parecerá demasiado negro y blasfemo a ciertas “almas sensibles”, pues entonces no compren La República. Y listo. Pero no enarbolen la intransigencia irracional como argumento, porque ella no cabe en una democracia. Agradezcamos más bien por tener en estos tiempos a un talento endemoniado como el de Carlín, quien entinta la hipocresía con sus lápices mejor que nadie.
Tomado de La República, 26 de mayo del 2019