El siguiente texto lo preparé con mucho esmero y de la forma más sintética para que la magistrada Judith Cueva Calle, del Primer Juzgado Unipersonal Penal de Piura, comprendiese bien mi posición y mis argumentos respecto de este incomprensible y chusco proceso abierto por el arzobispo sodálite José Antonio Eguren, por opinar y por citar fuentes periodísticas. Tal cual. Por opinar y por citar. Lamentablemente, aquel caluroso lunes 8 de abril en que nos citaron para la audiencia de alegatos, la jueza ya tenía lista mi condena, la cual leyó al final, sorpresivamente, sin que nadie se la esperara, sin importarle una línea de mi defensa, sin tomarse aunque sea unos días breves de reflexión. Hoy tengo que volver a Piura con mi abogado, Carlos Rivera, del Instituto de Defensa Legal (IDL), para escuchar el fundamento de esta condena que sienta un precedente perverso para la libertad de expresión. 

 

 

Buenas tardes a todos, y gracias por concederme el uso de la palabra. Le voy a rogar a la magistrada que me permita hablar sentado porque estoy con un problema en la pierna.

Tengo treinta años haciendo periodismo. Radial, televisivo y escrito. Y ahora también lo practico en internet. En estos treinta años como periodista he construido una trayectoria, con un estilo que no le gusta a muchos, quizás. Pero se trata de una trayectoria bastante limpia, creo. Y honesta. Aunque también signada por las batallas. Batallas por mis ideas liberales. Batallas contra el autoritarismo fujimorista. Batallas en defensa de las libertades de los militares que insurgieron contra el zarpazo de abril de 1992. Batallas contra políticos mafiosos y corruptos.

Y desde fines del 2010, hasta la fecha, como ha sido público, el foco de mi actividad periodística se ha centrado en investigar y opinar sobre la cultura del abuso de poder en instituciones religiosas como el Sodalitium Christianae Vitae.

No me arrepiento de casi nada de lo que he hecho en estos treinta años. Y, lo más importante, tampoco me arrepiento de ninguna de mis peleas periodísticas. Puedo haber tenido opiniones duras, feroces, sarcásticas, pero nunca he difamado a nadie. Nunca.

Y cuando me he equivocado en un punto de vista, en un parecer, en una opinión, usualmente he rectificado. Como, por ejemplo, como hice con aquel vergonzoso artículo que escribí sobre Germán Doig, y que ha mencionado ahora el abogado de Eguren. Me equivoqué sobre Doig, y luego rectifiqué.  

Ahora bien. Si hay una pelea de la que me siento particularmente orgulloso, a pesar del costo que ha tenido en todos los ámbitos de mi vida, es esta última, contra el abuso de poder al interior del Sodalicio de Vida Cristiana.

Esa pelea me ha traído hasta acá, a Piura. A una situación absolutamente lisérgica y surrealista. A una situación que solo se explica desde la perspectiva de la persecución judicial. A una situación que denota una amenaza contra la libertad de expresión utilizando el sistema de justicia para criminalizar opiniones.

Quiero recordar que en el periodismo las opiniones son libres y los hechos son sagrados. Y las opiniones por las cuales se me quiere castigar, que quede claro, están basadas en hechos incuestionables, que ocurrieron, que no me los inventé yo. Pero que he visto a lo largo de este proceso es que se han querido mezclar las cosas para confundir.

El primer señalamiento de maltratos, vejaciones y humillaciones que aparece en la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados, que escribí junto a la periodista Paola Ugaz, perpetrada por un jerarca del Sodalitium contra un subalterno, acusa a José Antonio Eguren Anselmi, miembro de la denominada “generación fundacional” y, por lo tanto, uno de los integrantes más cercanos al fundador de esta organización de características sectarias, Luis Fernando Figari Rodrigo.

Quien hace la denuncia es José Enrique Escardó. Ella aparece en la página 85 del libro Mitad monjes, mitad soldados, que es la piedra de toque para comprender el Fenómeno Sodalicio. Pero ojo. El mismo señalamiento fue formulado en la revista Gente hacia fines del año 2000, y ha sido reiterado innumerables veces por Escardó a lo largo de diecinueve años. En el 2016, César Hildebrandt la recordó en su semanario, a dos páginas, con foto y todo. Pero Eguren recién se incomoda con este asunto cuando la recuerdo yo o cuando lo hace mi colega Paola Ugaz.

Estos mismos maltratos a subordinados los realizó el chileno Juan Barros. Con la misma espontaneidad y acerbo de Eguren. Barros, como Eguren a Figari, fue muy cercano al célebre pederasta de Chile, de la parroquia El Bosque, Fernando Karadima. Barros, como Eguren a Figari, fue uno de los primeros obispos promovidos por su mentor. Barros, como Eguren en Trujillo, quiso mostrarse cercano al Papa durante la visita de este a Chile, y Eguren hizo lo propio en el Perú. Y así, hay más símiles que podría hacer sobre Barros y Eguren a base de hechos reales y concretos.

No obstante, Eguren me querella por la metáfora. Eguren me demanda por un símil absolutamente válido y legítimo. Eguren pretende que le pague 200 mil soles por una alegoría que le calza como un guante.

¿Por qué? Porque le parece ofensiva y difamatoria. Esgrime, forzadamente y faltando a la verdad, que yo he dicho que es un “encubridor de abusos sexuales” o un “depredador con suerte”(esta última frase, si el obispo se hubiese tomado el trabajo de leer bien el texto que se publica en La República y en La Mula, se la dedico a Virgilio Levaggi, pederasta que ha sido identificado como tal por el propio Sodalicio).

El despropósito y la pachotada no se queda únicamente en esto. Va más allá. Por citar fuentes periodísticas, como un reportaje de la prestigiosa cadena Al Jazeera, titulado El Escándalo Sodalicio, y El origen de la hidra, un libro del periodista Charlie Becerra, que lo implican y mencionan en casos que todavía no han sido del todo esclarecidos, arguye, una vez más de forma artificiosa, que lo estoy denigrando.

Y acá quiero hacer notar algo muy particular. O sea, si realmente es falso y calumnioso lo que en esos referentes periodísticos se mencionan, ¿por qué en lugar de denunciar a Charlie Becerra, o a Jerónimo Pimentel, de la editorial Random House, o al director periodístico de Al Jazeera, o al editor del mencionado reportaje televisivo, o a los periodistas que dan la cara y la voz a esa nota periodística, que son un inglés y un peruano, en lugar de denunciar a todas estas personas, decía, por qué me denuncia a mí, que ni siquiera he hecho la investigación? ¿Eso no es extraño? Solamente nos denuncia a mí y a Paola Ugaz. Curiosamente, los dos periodistas que revelamos los escándalos de los abusos al interior de la organización a la que pertenece José Antonio Eguren. ¿Qué raro, no? Qué curiosa coincidencia.

Y para ir terminando. José Antonio Eguren Anselmi es nada menos que uno de los seis o siete arzobispos que existen en todo el Perú. Es el arzobispo de Piura y Tumbes, que no es moco de pavo. No es un personaje de perfil bajo en el episcopado peruano, si no quedó claro. Y antes fue obispo auxiliar de Lima. Es decir, estamos hablando de un personaje público. Y como tal, de relevancia pública. Alguien que no puede ser ajeno a la fiscalización por la opinión pública y por los medios de comunicación.

Así las cosas, si al señor Eguren no le gusta la crítica o no le gusta la transparencia y la vigilancia mediática, entonces no debió aceptar el cargo de obispo. Debió dedicarse a otra cosa. A un oficio más apacible y menos protagónico. Pero estamos hablando del personaje más connotado y del representante más notable y emblemático del Sodalicio de Vida Cristiana, la organización católica más controvertida en toda la historia de la iglesia en el Perú.

Yo acabo de estar en el mes de febrero en el Vaticano, durante los días en que se realizó la cumbre antipederastia convocada por el papa Francisco y el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, organizador de este evento. Y fui invitado a participar el miércoles 20, en la Sala Paolo Sesto, junto a otras once víctimas de abusos de todas partes del mundo, de una reunión privada con monseñor Sicluna, organizador de la reunión cumbre y su equipo.

Esta reunión, a la cual asistí como invitado especial, fue la que dio inicio a la cumbre donde asistieron 200 autoridades religiosas de todo el planeta. De los doce invitados, once eran víctimas sexuales. Eran víctimas de Estados Unidos, de Francia, de Canadá, de Jamaica, de Chile, entre otros lugares. Yo no he sido víctima sexual. El motivo por el cual me invitaron, luego de que preguntara el porqué, fue por tres razones: La primera, por ser víctima y sobreviviente de abusos físicos y psicológicos del Sodalicio. La segunda, por haber hecho la investigación periodística que destapó el escándalo y se tiró abajo el secretismo de esta organización (reitero, junto a mi colega Paola Ugaz). Y la tercera, porque encima de ello o como consecuencia de todo lo anterior, estoy siendo perseguido por su representante más visible y más célebre, José Antonio Eguren Anselmi.

Como me dijo una autoridad del Vaticano. “Tú estás acá porque eres el paradigma de lo que la iglesia no debe volver a ser nunca más”.

¿Cómo debe interpretarse todo esto que está ocurriendo en estos momentos en Piura? Pues como lo ha dicho bien mi colega Rosa María Palacios en un tuit: “Parece que la venganza del Sodalicio viene por la vía judicial. Esto demuestra que las disculpas y las medidas de reparación nunca fueron sinceras. El Papa debió disolverlos por falta de carisma fundacional. Estos hechos lo confirman. Ojalá lo haga”.

Finalmente, me declaro inocente de los absurdos y disparatados e inadmisibles cargos que se me imputan para censurar mi opinión.

 

Muchas gracias por la atención.    


Piura, lunes 8 de abril del 2019